Ayotzinapa, una década de dolor y rabia

Por Cristóbal León Campos / Rebelión

Amanece y no están, así ha sido desde los últimos diez años, una década ya. La mañana es diferente, hay un vacío que ya no podrá llenarse. ¿Dónde están? Ha sido el clamor de una nación herida, de ese dolor abierto del que Eduardo Galeano hablará, esas llagas que en América Latina conocemos muy bien, […]

Amanece y no están, así ha sido desde los últimos diez años, una década ya. La mañana es diferente, hay un vacío que ya no podrá llenarse. ¿Dónde están? Ha sido el clamor de una nación herida, de ese dolor abierto del que Eduardo Galeano hablará, esas llagas que en América Latina conocemos muy bien, las que generan los crímenes de Estado, esa impunidad de la “dictadura perfecta” y sus continuadores, esa esperanza tantas veces mancillada, adolorida, pero viva, que nos hace hoy, como ayer, buscarlos sin descanso hasta que la verdad se haga justicia y, por fin, “se siente entre nosotros”, como alguna vez escribiera Rosario Castellanos.

Y es que, en nuestra historia nacional, donde las verdades se volvieron razón de Estado y no hay lugar para las historias de los de abajo, esas que surgen de la comunidad, de lo común, de la búsqueda real de bienestar. Ahí, en esas páginas proscritas del almanaque oficial, están los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, ahí donde el dolor se convierte en rabia y moviliza a la esperanza, justo donde se encuentran la conciencia social y la defensa de los derechos sociales y humanos. Sí, ya son diez años, una década, una herida que sangra cada día, y los 26 de septiembre más, pero hoy, ante tanta negación y ocultamiento sin importar los discursos y las promesas, sangra todavía más.

El sexenio agoniza y con él el sueño de conocer la verdad, ese grito incansable que desde el primer día ha reconocido al causante que nunca faltó: ¡Fue el Estado! Siempre se supo, hoy se sabe mejor y se evidencia ante el contubernio gubernamental con el Ejército, ese pacto de silencio, de impunidad, ese crimen de Estado jurado y admitido en los informes, pero reproducido en los actos, ¿por qué es tan incómodo Ayotzinapa que la verdad vuelve a ser ocultada bajo el verde olivo, justo en una nación dividida entre las botas de la represión histórica y la lucha por los derechos de los desposeídos?

Ya son diez años, una década, ¿dónde están los 43?, ¿dónde están los culpables?, ¿por qué se agrede a los familiares que buscan la verdad y un poco de paz para el dolor desgarrador de la desaparición, un duelo nacional que no termina? Ayotzinapa es un crimen de Estado, y sin duda no es sólo el Ejército el culpable, Enrique Peña Nieto, expresidente de México, y todos sus allegados en este crimen deben ser juzgados, al igual que los jueces y magistrados descarados que han liberado a militares, policías, funcionarios, políticos y más sin investigaciones a fondo, sin claridad, sin transparencia. Ese manto de impunidad que comprueba la actuación del Estado, de los tres poderes, de las instituciones corruptas, del interés burgués por desaparecer la lucha, la dignidad y la resistencia de los pueblos.

Ayotzinapa, los 43 normalistas y su desaparición forzada ha desnudado a todo el sistema político mexicano, a los tres niveles de gobierno, al Estado y todo el sistema de la llamada “justicia”, todos los organismos económicos del capitalismo mexicano, todos los políticos burgueses, los medios de comunicación cómplices del crimen, los “intelectuales” que han jugado un papel pueril y lacayo, todos los que han callado y hoy lo hacen por oportunismo, todos quienes levantaron la voz y ahora se acomodan en curules, regidurías o puestos de poder. Toda esa corrupción que degrada al ser humano, todo está podrido ante la grandeza de los 43, de Ayotzinapa, de los familiares que no desisten, no se venden y siguen luchando.

Hoy, nos faltan 43. Ya son diez años, una década, una patria herida y el corazón de millones entristecido, pero nunca jamás vencido. Vendrá ya el nuevo sexenio, un nuevo gobierno, y la lucha será la misma, por la verdad y la justicia, por los 43, con los familiares, con todas las voces, las conciencias y las manos en alto con dignidad y en resistencia que no han desistido, por ellos, por nosotros, por los proletarios y oprimidos: ¡Justicia para Ayotzinapa!

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