Cómo no medir la pobreza

Por Prabhat Patnaik / Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Varias organizaciones internacionales se dedican ahora a medir lo que denominan la «pobreza». El Banco Mundial lo hace desde hace tiempo, pero ahora tenemos una nueva forma de medir la «pobreza multidimensional» elaborada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Iniciativa de Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford (OPHI, por sus siglas en inglés). Sin embargo, ninguna de ellas miden en realidad la pobreza, sino que por lo general acaban «embelleciendo» el capitalismo neoliberal. De hecho, la proporción de población mundial que, según cálculos del Banco Mundial, vive en una «pobreza extrema» (esto es, por debajo de un gasto diario per capita de 1,90 dólares al tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo de 2011) ha disminuido desde un 30% a finales de la década de 1990 a menos de un 10% en 2022, lo que sugiere que bajo el capitalismo neoliberal «se ha sacado de la pobreza a millones de personas». Veamos por qué esta tan citado cómputo del Banco Mundial es erróneo conceptualmente.

La forma de medir del Banco Mundial tiene tres problemas básicos: en primer lugar, no hace referencia a la situación de los activos de una persona, sino únicamente a su situación respecto a sus ingresos; en segundo lugar, toma el gasto como sustituto de los ingresos; y en tercer lugar, para medir el gasto real utiliza un índice de precios que calcula muy a la baja el aumento real del coste de la vida. Por tanto, las cifras que obtienen son enormemente erróneas. Examinemos cada uno de estos puntos.

Cualquier medición coherente de la pobreza debe tener una dimensión de «flujo» que cubra, por ejemplo, los ingresos, y una dimensión de «reserva» que cubra la propiedad de activos. Ambas dimensiones son importantes. Por ejemplo, si unas personas tienen los mismos ingresos reales entre dos fechas, pero han perdido todos sus activos en una fecha posterior, sería un engaño no considerar que se han empobrecido. Sin embargo, la forma de medir del Banco Mundial no hace referencia a la situación de los activos de las personas, lo cual es una omisión particularmente mayúscula bajo el capitalismo neoliberal, cuando es rampante el proceso de acumulación primitiva del capital, es decir, de la desposesión de las personas de sus activos. Es tremendamente irónico afirmar que «se ha sacado de la pobreza a millones de personas» cuando se produce una desposesión desenfrenada.

En segundo lugar, esta forma de medir ni siquiera incluye los ingresos reales, ya que la mayoría de los países, incluida India, no disponen de datos sobre los ingresos; además, los «ingresos» es una entidad compleja conceptualmente, de modo que, en general, se toma el gasto, sobre el que es más fácil disponer de datos y es una entidad conceptualmente más simple, como sustituto de los ingresos.

Pero esto hace que sea aún más imperdonable ignorar la situación de los activos netos de una persona. Incluso cuando disminuyen los ingresos de las personas, pueden mantener el nivel de gastos anterior reduciendo sus activos o pidiendo prestado. Sería absurdo concluir de ello que las personas concernidas no se han empobrecido porque sus gastos no han cambiado: de hecho, tanto en términos de flujo, es decir, ingresos, como en términos de reservas, es decir, activos netos, es indudable que estas personas se han empobrecido, pero la medida basada en los gastos mostraría que estas personas se encuentran en el mismo nivel que antes.

En tercer lugar, incluso en países como India, sobre los que disponemos de datos sobre el gasto monetario de los hogares gracias a minuciosas encuestas por muestreo realizadas periódicamente, la medición del gasto real es enormemente errónea, ya que el índice de precios utilizado para deflactar este gasto nominal calcula muy a la baja el aumento real del coste de la vida. El índice de precios utilizado es una media ponderada de los precios relativos individuales de un grupo de productos básicos que se consumen en el año base, lo cual es erróneo, porque se producen cambios importantes en la composición de la cesta de consumo tras el año base debido a la no disponibilidad de bienes del año base; no se reconocen los efectos de dichos cambios.

Por ejemplo, bajo el neoliberalismo la privatización de una serie de servicios, como la educación y la sanidad, que antes prestaban instituciones públicas, es un fenómeno común que eleva enormemente lo que estos servicios cuestan a la población; pero el índice de precios no lo refleja. Por ejemplo, si una operación quirúrgica en un hospital público que costaba 1.000 rupias en el año base ahora cuesta 2.000 rupias, el índice de precios considerará que los costes sanitarios se han duplicado, pero el índice de precios no refleja el hecho de que la cantidad de operaciones quirúrgicas realizadas en el hospital público no ha variado o incluso ha disminuido, por lo que la población se ve obligada a acudir a hospitales privados, donde la misma intervención cuesta 10.000 rupias. En resumen, el coste de la vida real ha aumentado mucho más de lo que muestra el índice de precios que se utiliza para deflactar el gasto nominal y obtener el gasto «real». Por consiguiente, la deflación por medio del índice de precios oficial exagera la mejora del nivel de vida de la población y, por tanto, calcula muy a la baja la pobreza.

Cuando el aumento del coste de la vida hace difícil llegar a fin de mes, la población se adapta al menos de dos formas distintas: en primer lugar, reduciendo sus activos o aumentando su deuda y, en segundo lugar, cambiando su forma de consumo de modo que se da prioridad a los artículos considerados «esenciales» sobre otros artículos considerados menos esenciales. El aumento del coste de la atención sanitaria o de las necesidades educativas de las y los niños ha provocado ambos ajustes en India: ha habido un importante empeoramiento de la posición de los activos netos de los hogares indios, sobre todo en las zonas rurales; y también se ha reducido la ingesta nutricional de los hogares en la creencia (errónea) de que ahorrar en la ingesta no tiene demasiada importancia.

Al comparar el Estudio sobre Deuda e Inversión en Toda India de 2019 (que ofrece información hasta finales de junio de 2018) con el Estudio sobre Deuda e Inversión Rural en Toda India (AIRDIS, por sus siglas en inglés) de 2013 (que ofrece información hasta finales de junio de 2012), se comprueba lo siguiente (todas las comparaciones son de cifras «reales» frente a nominales, que han sido deflactadas por el índice de precios al por mayor): primero, un 11% más de hogares rurales estaban endeudados en esta última fecha; segundo, el importe medio de la deuda por hogar rural endeudado aumentó un 43% en esta última fecha; tercero, el valor medio de los activos por hogar cultivador disminuyó un 33% entre ambas fechas y en el caso de los hogares no cultivadores, un 1%.

La situación es muy similar en la India urbana. Hubo un descenso del valor medio de los activos por hogar (29% para los hogares con empleos autónomos y 3% para los demás); y mientras que el porcentaje de hogares endeudados se mantuvo más o menos igual que antes, el importe medio de la deuda por hogar endeudado aumentó un 24% entre ambas fechas. En otras palabras, es indudable que en la mayoría de los hogares indios han disminuido considerablemente los activos netos.

También se ha producido el segundo tipo de ajuste. La proporción de la población rural que no tiene acceso a 2.200 calorías por persona y día aumentó del 58% al 68% entre 1993-94 y 2011-12; la proporción en la India urbana que no tiene acceso a 2.100 calorías (el punto de referencia correspondiente utilizado por la antigua Comisión de Planificación) aumentó del 57% al 65% entre ambas fechas. Los resultados de 2017-18 de la Encuesta Nacional por Muestreo fueron tan desalentadores (puesto que mostraban un descenso del gasto real en todos los bienes y servicios) que el gobierno de la Alianza Nacional Democrática los retiró rápidamente del dominio público. A partir de cualquier dato disponible antes de que lo retiraran (y suponiendo que el coste real de los alimentos por unidad de nutrientes se había mantenido sin cambios) resulta que, mientras que el porcentaje urbano era más o menos el mismo que en 2011-12, el porcentaje rural había aumentado a bastante más del 80% (tomamos estas cifras del libro sobre la pobreza de Utsa Patnaik, que se publicará próximamente).

En contraste con esta desoladora realidad, la forma de medir la «pobreza extrema» del Banco Mundial que, como ya hemos mencionado, toma como definición un gasto diario inferior a 1,90 dólares (al tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo de 2011), muestra un descenso en el caso de India de alrededor desde el 12% en 2011-12 (un cálculo muy a la baja) a solo el 2% en 2022-23; por otra parte, el criterio del Banco Mundial de 1,90 dólares implica un umbral de pobreza en rupias de alrededor de 53 rupias al día para cubrir todos los gastos. El criterio del Banco Mundial proviene de la media realizada por varios gobiernos de países pobres (siempre bajo la dirección del Banco) en su cálculo del umbral de pobreza; no es una medida aparte calculada de forma independiente. Adolece de exactamente los mismos defectos (como calcular a la baja el aumento del coste de la vida en el índice de precios utilizado para deflactar el gasto nominal) de los que adolecen los cálculos oficiales de la pobreza de estos países. En efecto, el Banco Mundial da el visto bueno a la propaganda de varios gobiernos del tercer mundo acerca de cómo han reducido o eliminado la pobreza.

Por consiguiente, toda la palabrería acerca de que «se ha sacado a millones de personas de la pobreza» no es sino una broma cruel. Por desgracia, es probable que en los próximos días oigamos más palabrería de este tipo cuando los países empiecen a rivalizar entre sí para demostrar que han cumplido los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por las Naciones Unidas.

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