De Caravanas y nacionalismo en México
** Todo indica que el germen del sectarismo identitario ha sido inoculado en territorio nacional. Será tarea a futuro impedir la maduración de esta distorsión histórica.
Por Guillermo Rosales Cervantes
En el año 2018 la figura de la Caravana migrante cobró relevancia en nuestro país por lo novedoso en el ejercicio de desplazamiento, caracterizado por su masividad, diversidad poblacional y capacidad de protección grupal. En aquel entonces nadie pensó que esta estrategia de movilidad colectiva, misma que fue reconocida por distintos analistas como un elemento emancipador y amparador, con el correr del tiempo transmutaría en un mecanismo de desgaste, control y sumisión de las personas que la integran. Desde la toma de posesión del presidente de Estados Unidos Donald J. Trump a octubre del presente año sólo se han realizado dos Caravanas. La última de ellas denominada “Caravana por la Libertad” -la cual salió de la ciudad de Tapachula el pasado primero de octubre- produjo una serie de reacciones adversas en la población mexicana, principalmente en redes sociales. La pregunta es ¿A qué responde esta animadversión “repentina” a la presencia de migrantes en territorio nacional? ¿Qué elementos entran en juego para el cambio subjetivo de personas otrora consideradas solidarias con los hermanos migrantes? La respuesta a estas interrogantes descansa en dos factores: condiciones materiales adversas y elementos simbólicos imbuidos de nacionalismo exacerbado.
Las condiciones materiales adversas tuvieron como telón de fondo la etapa pandémica provocada por el virus SARS-CoV-2 que produjo efectos directos en la migración internacional, el más evidente fue la imposibilidad de tránsito libre por suelo mexicano ante el riesgo de contagio. Aunado a lo anterior, el cambio en la política migratoria del expresidente Andrés Manuel López Obrador -misma que pasó de una concepción de puertas abiertas a una de contención – y que continúa en la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, produjeron una amplia concentración de contingentes humanos en zonas fronterizas de nuestro país. Tal circunstancia tuvo implicaciones en el quehacer cotidiano de las personas residentes de las zonas limítrofes: personas pernoctando en las calles, incremento de la actividad comercial informal, mayor presencia de grupos de crimen organizado, insuficiencia de servicios sanitarios, incremento en el costo de la vida, aumento en la percepción de inseguridad y violencia. La responsabilidad ante tal situación recayó en el componente visible, los migrantes, no así en un sistema económico altamente desigual.
Por otro lado, los elementos simbólicos fueron alimentados por un contexto geopolítico caracterizado por la circulación de signos que exaltan el nacionalismo, esto como respuesta a la etapa previa de organización del capitalismo que se distinguió por su carácter globalista. Este período de reorganización sociopolítica ha traído consigo el enaltecimiento de términos como el orden, los valores tradicionales, la libertad, el patriotismo, la Nación, la legalidad, la seguridad y en no pocas ocasiones hasta Dios. La concatenación de vocablos tiende a la creación de conexiones emocionales que buscan establecer la gestión de la proximidad de las personas como condición sine qua non para la preservación de la integridad nacional. La defensa de la Nación ante posibles ofensas externas simboliza el núcleo de esta estrategia política. Lo anterior supone la estricta vigilancia de los procesos de regulación migratoria, esto es, provocar que la migración pase de ser concebida como un derecho humano a una facultad exclusiva del Estado y mediante ese acto, legitimar el proceder de los gobiernos en la selección de los “elementos” que a su consideración representen un aporte al bienestar de la nación.
Para el caso mexicano la exaltación nacionalista no resulta un elemento novedoso, por el contrario, su uso ha sido patente a lo largo de su historia independiente. No obstante, desde el año 2018 -coincidente con el surgimiento del fenómeno de las caravanas migrantes- la exaltación nacional resultó en un elemento nodal en la prédica gubernamental. La conjunción de elementos discursivos nacionalistas con una construcción narrativa de cambio de época generó en el imaginario colectivo del país la necesidad de proteger la bonanza individual y colectiva de la que -en teoría- ahora goza México. El gobierno de la denominada cuarta transformación ha sido insistente en recalcar el aumento en las solicitudes de asilo presentadas ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), como un indicador que a su entender expresa el reconocimiento internacional de las condiciones económicas del país Así el país se posiciona como un lugar de destino y no sólo de tránsito para la migración internacional. Si a esto se suma la creencia estimulada de pertenencia a la región de Norteamérica y la imperiosa necesidad de no distorsionar la buena sintonía en la relación bilateral con el vecino del norte, es entonces que cobran sentido los reclamos de expulsión de personas extranjeras y la indignación mexicana por la exigencia migrante hacia el gobierno mexicano de proteger sus derechos fundamentales.
Todo indica que el germen del sectarismo identitario ha sido inoculado en territorio nacional. Será tarea a futuro impedir la maduración de esta distorsión histórica. De no ser así, estaremos transitando por una senda que es refractaria de la diversidad cultural y tributaria de la homogeneidad política, ideológica e histórica. Los fenómenos de las caravanas migrantes en la actualidad colocan a la población mexicana frente al espejo, el mismo que la muestra en un devenir elitista, clasista y racista.
****Fotografía: Tomada de la Red -créditos a quien corresponda