El sacerdote descalzo con la sotana hecha pedazos

Por Isaac Ocampo García

“Entre más me hablan de Dios, más cerca los veo del Diablo”

(A: Jorge –Búho- García)

Era yo muy chavo cuando de vez en vez iba a la iglesia de La Merced (en Toluca), directamente a la puerta del Seminario a recoger la ropa sucia de dos o tres seminaristas para que mis dos madres (mi madre y mi abuela) se las lavaran, las plancharan y se la regresara yo al tercer día. De esa manera conocí a los que más adelante se ordenarían como sacerdotes. Siendo seminaristas, ya les decíamos “padres”. Como el padre Canchola, que hablaba y actuaba como mujer, es decir, era un tanto afeminado, pero en ese entonces y en la época que éramos niños todavía no les llamábamos a esos “seres” como se les llamaba antes de ahora. También al padre Dómine, al padre Cabalzeta (que hoy día está de “efectivo” en la iglesia de Santa Clara, en Toluca); y a otros muchos.

Sin embargo, por quién sabe qué cosas, al igual que a otros niños del barrio, a mí me obligaron a hacer mi Primera Comunión en la Iglesia de San Bernardino. Iglesia que quedaba un poco lejos de nuestros barrios; a los que se dejaron venir unas monjas de esa iglesia con el firme propósito de adoctrinarnos y prepararnos para hacer esa primera comunión.

Monjas de San Bernardino, creo de la orden de San Juan Bautista o no sé, pero las dirigía un sacerdote de apellido Berúmen. Lo que son las cosas, fue ese padre al primero que lo oí decir el nombre de Marx.

Pero el asunto es con el padre mercedario, Horacio Chavarría, con el que –sin saber cómo ni cuándo− hice amistad, a través de la cual sí que llevamos a cabo diálogos diversos. Verdaderos encuentros acerca de su posición como sacerdote, y de cómo yo los veía a él y a sus hermanos de “profesión”; los demás sacerdotes.

Recuerdo aquella vez, en que nos íbamos a ver (en el Seminario de su iglesia), para platicar, pero, que me había sugerido llevara yo a mi compañera (Hacía poco que ella y yo nos habíamos puesto de acuerdo para llevar una vida juntos: la llevamos pero, jamás nos casamos, de lo que Chavarría pretendía convencerme; quizá para eso la sugerencia de que la llevara yo a nuestro encuentro: pensaba)

Pues, nada, que llegamos mi compañera y yo al mentado seminario, y de inmediato fuimos conducidos hasta la “Celda” (así le llaman a sus aposentos los mercedarios) del padre o sacerdote, Horacio Chavarría.

–Es que Isaac, me quiere ver descalzo y con la sotana hecha pedazos: inició, digamos que a “fuego lento”, su intervención el padre Chavarría. –Momento (arremetí de inmediato), nadie quiere verte descalzo y con la sotana hecha pedazos, pero sí, que lo que traes puesto, más todas estas cosas que tienes en tu celda; y por supuesto la ropa que te compras: lo hagas con dinero ganado en tu trabajo. –Pues, eso es precisamente lo que hago, todo lo compro con dinero ganado en mi trabajo: contestó de súbito el padre.

−¡Por favor, no me salgas con esa! ¿A eso le llamas trabajo?

Y yo que creía que el oficiar misas y los “discursos” que en éstas les echas a los feligreses, todo ello era parte de tu apostolado; pero jamás imaginé que eso era tu trabajo. Aunque, espera, creo que estás en lo cierto. Por eso (ahora caigo), por eso es que por todo lo que hacen cobran.

−¡No cobramos!, es lo que la gente, por su voluntad, nos da como limosna… −¡Como que no cobran! Si solicitas una misa, por ejemplo, de tu difunto; te cobran tanto. ¿La quiere cantada? (te preguntan), y si contestas que sí; entonces te suben el precio. Y lo mismo con las misas de casamiento y/o de primera comunión −¿Va usted a querer la iglesia adornada? (Te preguntan los “mercaderes”), si dices que sí, el precio aumenta. ¡Ah! y si quieres que la misa sea cantada, ¡Más dinero! Ahora me explico para qué son sus famosos sermones u homilías; para “lavarle el coco” a la gente…

¿Pues, qué no aprendieron? Aquél camarada, tan solo con una túnica más o menos “decente” y unas sandalias “a medio morir”, la hizo. ¡Ah, y no cobraba por ello! Al contrario, daba “el pan de la palabra”. Bueno, eso dicen ustedes: los “Apóstoles de Cristo”.

A todo esto el padre Horacio, sólo acertaba a contestar. −Los tiempos son otros, Isaac. Hoy todo lo tienes que pagar con dinero. –Pero. ¡¿Cómo, es que acaso ya no existen, ya no se dan los milagros?! (Le regresaba con cierta ironía)

Ignoro si Chavarría en aquellos momentos pensaba en Job, “aquél hombre perfecto que temía a Dios y se alejaba del mal”. Sobre todo en la paciencia, de aquel “conejillos de indias” al que Jehová tomó como experimento, por reto del “maloso”, dizque para demostrarle éste la fe inquebrantable de Job hacia él. Pero Chavarría se veía precisamente paciente, y aguantaba todo lo que le decía.

No recuerdo si quise “rematarlo”, cuando le añadí: -Y, luego esos “bostonianos” que traes, no cuestan cualquier cosa, ¿eh? –Ya te dije, todo nos compramos con lo que nos dan nuestros superiores, por los “servicios” religiosos que les damos a nuestros hermanos feligreses…

Pero, como yo no quería dejarlo ir “vivo”. Le arremetí.

−Tenía razón el Cristo, cuando en tiempos de la Pascua les dijo precisamente a los sacerdotes: “Han convertido la casa de mi padre, en un mercado”.

Yo creo que el padre Horacio, tomó todo aquello de mi parte, como una más de las tantas “pruebas” que, a decir de ellos mismos, Dios les pone. Y es que Horacio era muy combativo. ¿O habrá sido por la presencia de mi compañera, que no me quiso contestar como yo esperaba? Quién sabe, pero la cosa terminó cuando, a manera de epílogo, le dije:

Padre: de ninguna manera las cosas son como tú dices. Yo no quiero verte descalzo o con la sotana hecha pedazos. Por el contario, claro que quiero verte, por ejemplo, con esos “bostonianos”, que la consola que tienes aquí y todas tus demás cosas las tengas, pero con tu dinero; con un dinero como producto de tu trabajo. Ah, y no me digas que el oficiar misas y hacer todos los demás asuntos religiosos, son tu trabajo. Tú, como sacerdote, bien que puedes trabajar dando clases de teología, filosofía, ética, o qué se yo, en cualquier escuela particular. En esas, a donde habitualmente son enviados los niños y las niñas “bien” a estudiar. Ahora que, si en verdad, quieres encontrarte con Dios, o con su hijo. Pues trata de entrar a “chambear” a una fábrica, de preferencia en una fundidora. Seguro que allí vas a encontrar a esa persona de la que tanto hablan ustedes, pero que… Quién sabe si en verdad conozcan. Amén.

Tiempo después de aquella plática, tuvimos ocasión, mi compañera y yo, de estar  presentes, a invitación del padre Horacio, en una de sus pláticas que él les prodigaba a las mujeres casadas, feligreses de la Merced.

-Cámbienle, mujeres, (Comenzó diciéndoles, Horacio), cámbienle las formas de vivir a su esposo cuando él llegue a vuestra casa a comer. Si están acostumbrados a tomar sus alimentos en el comedor, ahora sírvanle de comer en la cocina, en otra ocasión coman en la azotea si es preciso. Y si es que, en la sala tienen una imagen grandota del Sagrado Corazón de Jesús, quítenla y pongan una fotografía de su marido; igual de grande o más; si es preciso…

Un día que llegué a buscarlo, como ya se había hecho costumbre. Me encontré con la desagradable noticia de que no estaba. En esos momentos no quisieron decirme, que el padre Horacio Chavarría había sido enviado a Arcos de Belem, esto en la ciudad de México. Allí enviaban a los seminaristas o curas que no se portaban bien, preferentemente, a los sacerdotes “rebeldes”. Jamás lo volví a ver. Y no saben cómo aun me duele, hasta la médula, el ya no haberlo visto más; el ya no haber vuelto a nuestras  interesantes pláticas. ¡Bendito seas, hermano, Horacio Chavarría! ¡No sabes cómo quisiera creer!

Nos leemos en la que sigue. Digo, si es que…