Hay gobiernos que apuestan a la incultura como forma de control

Por José Manuel Rueda Smithers

En varias partes del mundo, la incultura cívica de los gobernantes va más allá de una simple flojera por aprender de la historia o respetar al conocimiento. Tienen la estúpida creencia de que la gente debe aprender a partir de ellos, no de su mandato caracterizado por un egocentrismo enfermizo.

En el México moderno, todo comenzó con Vicente Fox; un político cuya incultura lo llevó a pensar que ser presidente era un premio al desdén por saber más, y no un compromiso con la sociedad a la que debía dirigir.

Hoy esto se da con un personaje que está por concluir una de las páginas más negativas que la historia mexicana pudiera recordar, al sentir que todo es a partir de él, sobre él y por él; que, al ejercer un control totalitario, no repara ni mucho menos le importa el gravísimo daño social que ha provocado a un país noble, pero también acostumbrado al menor esfuerzo.

¿Por qué hay gobiernos a los que les interesa mantener así al pueblo? ¿Por qué hay regiones del mundo donde la incultura es un arma política?

La incultura cívica para los gobiernos no es una simple cuestión de ignorancia o falta de interés por aprender, sino una herramienta deliberada de control y manipulación política. Mantener a la población en un estado de desinformación y baja participación cívica permite a ciertos líderes consolidar su poder y evitar cuestionamientos críticos. Estrategias utilizadas para perpetuar regímenes autoritarios y garantizar la sumisión de las masas.

La incultura política evita que las personas cuestionen decisiones arbitrarias y, en cambio, genera una dependencia hacia el líder, quien es percibido como una autoridad indiscutible. Esto puede observarse en múltiples casos históricos y contemporáneos, donde el desinterés por fomentar el pensamiento crítico ha sido clave para el mantenimiento del poder.

La desinformación deliberada mantiene una narrativa simplificada y unidimensional de la realidad y ayuda a controlar el flujo de información, reduciendo el pensamiento crítico. Los líderes que recurren a esto crean una dependencia informativa, donde los ciudadanos perciben al gobierno como la única fuente confiable.

La legitimación ególatra permite ver el culto a la personalidad como la idea de que el poder emana directamente de ellos y no de las instituciones. En las últimas décadas, algunos mandatarios creen que su mandato proviene de su figura personal, en lugar de una gestión sólida.

En México, con la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, hemos visto un estilo de liderazgo que refuerza la idea de que la historia empieza y termina con él, lo que ha contribuido a una profunda polarización política.

La incultura como arma política facilita la manipulación emocional al debilitar la capacidad de la ciudadanía para tomar decisiones informadas. Los discursos populistas apelan a las emociones, en lugar de basarse en argumentos racionales o soluciones complejas.

Mantener a la sociedad desinformada también facilita la creación de divisiones internas. La polarización extrema entre quienes apoyan ciegamente al líder y aquellos que lo critican reduce la posibilidad de un debate genuino. Esta táctica ha sido eficaz en muchos países, donde el populismo utiliza la desinformación para debilitar a los opositores políticos y presentar la crítica como un ataque a la estabilidad.

Los gobiernos promueven redes de clientelismo político, donde los apoyos se intercambian por lealtad, en lugar de mejorar las condiciones de vida a largo plazo. Refuerzan la dependencia del pueblo hacia los líderes y desactivan la crítica al priorizar beneficios inmediatos por encima del bienestar general.

En Hungría, el gobierno de Viktor Orbán ha utilizado la incultura cívica para desmantelar la independencia de las instituciones y controlar los medios de comunicación. El resultado ha sido un debilitamiento de la democracia.

En Brasil, durante la presidencia de Jair Bolsonaro, se promovió el desdén hacia el conocimiento científico y la historia, debilitando la capacidad de la población para resistir políticas populistas.

El fomento de la incultura cívica es una estrategia deliberada que algunos gobiernos usan para mantener su poder sin rendir cuentas. Al evitar la formación de ciudadanos críticos y bien informados, estos gobiernos pueden perpetuar su control y evitar ser cuestionados. Este fenómeno no es exclusivo de un país o una era; ha sido utilizado en todo el mundo y en distintos momentos de la historia como una herramienta de manipulación política, explotando las debilidades de una población desinformada.

Como científica que es, Claudia Sheinbaum tiene la mesa puesta para quitar a México del rumbo de la idiotización.