La muchacha de blanco
A María Roldán Román
Por Isaac Ocampo García
Caminaba pausadamente por una de esas callecitas empedradas de Mexicapan, tal y como suelen hacerlo esas gentes de pueblos como el de Teloloapan, región de gran importancia en el estado de Guerrero, de la república mexicana.
Era una Muchacha de Blanco, él apenas la vio y de inmediato decidió abordarla; queriendo solo acompañarla.
¿Te acompaño?, le dijo, y ella como espantada nada contestó, simple y sencillamente siguió caminando de manera pausada, como lo venía haciendo.
–Ándale, ¿sí?, él insistió suavemente…
Fue entonces cuando la muchacha de blanco −sin contestarle nada y mirándolo de reojo− sus pasos aceleró…
Casi sin darse cuenta ambos, atravesando casitas y más casitas, de pronto ya estaban llegando al Campo Santo.
Él le volvió a decir. –Anda te acompaño. Y ella por fin contestó, −No, porque me pueden ver mis padres, que no quieren que hable con extraños. −¡Cómo extraño! Si ya siento que te conozco de años. Además, eso qué tiene de malo, tú eres una muchacha, y yo soy un muchacho.
−Le digo, que no, porque me regañan… él iba a insistir, pero ya estaban a las puertas del Campo Santo.
La muchacha de blanco estaba por entrar, al mismo tiempo que en forma suplicante le decía que no insistiera pues iba a hacer enojar a sus padres.
Se podría decir que con esa actitud ella realmente lo desarmó; él se quedó como petrificado, viendo cómo era que entraba al campo santo la Muchacha de Blanco…
Miraba, cómo a lo lejos iba llegando hasta donde se encontraban varias personas vestidas todas de negro, a leguas se notaba que estaban ahí por algún sepelio.
De pronto, y casi sin darse cuenta ya no vio por dónde se había metido la muchacha de blanco, entre los que ahí, al parecer, la estaban esperando…
Pero, tan harta era su curiosidad en él, que poco a poco se fue acercando hasta donde estaban los dolientes aquellos.
Como es costumbre en algunos de esos pueblos. Por ahí alguien pidió que abrieran el féretro, como para despedirse de quien estaban a punto de sepultar, y por quien cual más estaba llorando…
Por fin, abrieron el féretro, y uno por uno fueron como desfilando e inclinando la cabeza en señal de respeto. Él muchacho sólo acertó a acercarse un poco y estirar el cuello por tratar de ver a quién estaban enterrando…
¡No, no puede ser! Gritó el muchacho, echándose para atrás.
¡Esto no puede ser verdad!
Efectivamente, a quien estaban enterrando, era a la Muchacha de Blanco. La misma que él por quererla acompañar solo logró que al Campo Santo acelerara sus pasos…
Nos leemos en la que sigue. Digo, si es que…