Punto en la información

Lo que no se dijo en octubre del ‘19

JJesús Espino Rodríguez

A nueve días de este farragoso año revolucionario, ya distante de aquellos tiempos divergentes de ricos (coludidos con Gobiernos a su disposición) explotadores montados sobre las espaldas de pobres miserables embaucados; seamos conscientes, en Metepec ya no caben más, nunca más, las divergencias.

«Disculpe las molestias causadas por esta obra, estamos en proceso de regeneración»;

así se anuncia el surgimiento de una nueva unión de artesanos y artistas productores en Metepec, ahora incluyendo poblaciones anexas ―si no emerge de ésta, otra ya otra vendrá; antes que nada, somos todos ―; por supuesto, su emergencia inmediata ocurre ahijada a causa de la urgente necesidad de no sufrir más rezago económico y social, así como (espero) en el anhelo de participar en el proceso de transformación revolucionaria que México todo merece ya con un proyecto propio.

Para ello, poco más de un mes hace apenas, emergida de la ignominia hasta el presente hoy, esta unión de productores de artesanía se manifestó en pro de recuperar saberes y conocimientos venidos de la perdida biodiversidad lacustre regional a causa de la destrucción de aquel mundo propio de raíces indias ―aquella naturaleza de tierras y aguas sagradas de albores y estrellas vistas sobre la verde mar de maíz y en los nueve espejos de la cuenca engendrando valores y principios identitarios propios capaces de transformar el proclive actual, a capricho y designio del dios capital hasta hoy, en un mundo alternativo―.

Un mundo propio, un mundo que a la distancia del olvido pesa todavía porque aporta el germen capaz de reforjar la génesis cultural y el rostro del Metepec de hoy, nuestro pequeño mundo, pese a que fue sujeto y reducido a objeto; un Metepec, nuestro Metepec, en el que ―a pesar de que en estos tiempos de transformación corresponde que «a cada quien según su necesidad y de cada cual según su capacidad»― debido al intervencionismo de intereses ajenos al rumbo y destino legítimo que aquí a todos toca, los pobres siguen siendo maltratados y en olvido.

Los nativos y avecindados divididos en disímiles clases y economías que todavía convivimos como pueblo amado del corazón del volcán entrañablemente nuestro, sin pretexto alguno, aunque revueltos, en el tianguis de la cultura y el arte, iguales decididamente somos todos ―a nosotros todos nos corresponde proseguir adelante con la huella peregrina al presente futuro a fin de enaltecer absolutamente a todos, a aquellos sobresalientes y a los ignotos―; los más que en este pequeño mundo vivimos ahora; los que, como ellos nos vamos, tarde que temprano encendiendo una estrella para guiar a los que más que casa, le aman como al nuestro hogar que siempre ha sido para bien de todos.

Osamentas de todas las épocas pertenecientes a nuestros queridos (fieles e infieles) difuntos en esta tierra yacen, pero como tales a cada rato salen necios, nos dan igual gusto ―antes que nada, son parte de un ayer al que jamás habremos de volver jamás―, de todos modos son nuestros ancestros queridos o malparidos; aquellos que, después de todo, «a Dios rogando y con el mazo dando» nos legaron vida, cultura e historia en torno al magno corazón vulcánico que nos da nombre: Metepec, el cerro de los magueyes; del que aquellas almas, a pesar de toda importuna intrusión año tras año de jolgorio, descienden todavía a diario, nos visitan para convivir en sueños y rituales por heredad recibidos a fin de dar potestad de ser quienes son, somos y, si el mundo no acaba antes, los que serán―.

Por supuesto, aunque anidadas historias en la espiral memoria inscrita dentro de cada neurona y en la efervescente sangre encendida que ferviente corre acoplada al quehacer de sus manos replicantes de fractales cuajadas por vena de su tenaz y ardiente co-razón que, corriendo día a día, viene, va, dice y todo lo demás como queriendo casarse con el infinito a mano pelona puesta como Dios manda en lo que su artificio pida libremente.

Ya no más son los artesanos aquellos durante centurias asolados ni desolados por poderes del mal llamado «Poder». Poder que, recuérdese bien, conflagró más de una lucha fratricida; hoy es la cuarta ocasión en que podemos intentarlo todos juntos otra vez. De manera irrevocable para todos, mucho los tiempos han cambiado en el orbe todo aceleradamente y, cierto, Metepec no es excepción, sino revolución.

Mas por las hoy crecidas hambres neoliberales ―que, bajo régimen de una impuesta faz plagada de asfalto, concreto y ajenas cultura sin ton ni son al palpitar de esta tierra con alma de agua y tierra― el consumo promiscuo invade sentires y pensares de todos por las calles de nuestro pueblo, nuestra patria chica, y trastroca en ignotos a los, ya de por sí hechos menos, grandes creadores más ocultos, a los mucho estandartes ciudadanos más empobrecidos que, para bien y mal, jóvenes y ya no, pueblan comunidades propias y avecindadas ―las que todos, artesanos y no, absolutamente deben solidarizarse entre sí―.

Con todos los agravios trasgeneracionales infligidos al Metepec tradicional hasta hoy día se ha pretendido, usurpando lo que del agua y la tierra es, «deslavar» tal talante tradicional, amoroso y sonriente de su historia que, para bien de las arcas gubernamentales y privadas, turísticamente se le ha dado por llamar «mágico»; talante que, debido a gracia y obra de estos y hasta de, por desgracia, avecindados sin propósito definido, se ha querido desaparecer; mas casi toda, permanece todavía en estado de rebeldía.

Diría yo que eso es lo que en su más profunda mirada se observa a golpe de hambres bruñida ―hambres que ni siquiera son suyas ni de nadie, hambres por sistema impuestas, hambres que flagelan al espíritu, hambres que pervierten al alma―; tal mirada pronuncia toda la rebeldía de los todos: la resistencia absoluta y plena convicción revolucionaria de que podemos seguir adelante siendo hoy quienes somos los que somos. Por lo que con digna rabia manifiestan:

«Estamos hartos del hartazgo de otros a nuestras costillas…» Ese, por el bien de todos, el sentir y pensar de todos, era ―entre líneas― su punto de arranque hace apenas más de cinco semanas. La incidencia a tales reuniones organizativas desde entonces propugnó dar a entender que ya más no aceptan ser víctimas de ningún sistema corrupto, aunque éste les pretenda arrastrar a la acuñada ambición propia del sistema otra vez.

Por desgracia, sin orden protocolario ni minutas levantadas apropiadamente (por omisión, ya por olvido, ora por otro interés) ni propaladas, todo parece chisme, dime y direte. Es de entender, carencias sistémicas establecidas carcomen a unos y a otros de tal manera que, ¿a quién no tienta?

No le aunque, son ―bien sabemos― consecuencia de generaciones creadoras de culturas y artes trastrocadas en aras de una economía falaz en la que otros ganan y ellos pierden cada vez que se mete mano ajena a su labor sociocultural; estos, después de todo, por vena de la sabiduría preciosa que mira al cielo, son partícipes de lo que, en vez de apagar, enciende más estrellas …hoy al menos, una sola sí: La unidad.

Por ella; conscientes de su heredad, de quiénes son (y somos los otros en su mundo), de lo que quieren y queremos como sesgo de un rumbo con destino al nuestro, de todos; por ella están en pie de lucha, por ella aspiran a estar unidos (por supuesto, de momento no todos ahora; pero seguramente pronto lo estaremos más porque, sin decirlo, el referéndum estipula que el pueblo mismo somos también los demás): «Todos o ninguno».

Tal es inicio de su manifestación, tal su movimiento, tal el nuestro.

…Y si éste no es causal de transformación social, volveremos a empezar.

¡Viva la revolución por siempre!