Los Toros
Cuento del Dr. Manuel Figueroa García
La humanidad está muy adelantada, ya los hombres y los animales viven en cordial armonía, ya los humanos hasta saben el idioma de los perros, los gatos, los patos, bueno hasta de las vacas y toros. Muchos animales viven en ciudades y poblados, y trabajan en puestos clave de humanos con mucha eficiencia. Los animales que trabajan y cotizan en aseguranza tienen todos los derechos y obligaciones que por ley se han ganado. Todos tienen todo, bueno los toros hasta tienen establo de interés social y también separos, cárcel especial para cualquier animal que infrinja la ley. Una comisión de derechos de vida los vigila estrechamente (lo que antes era derechos humanos), ahora adaptado a todo ser vivo
—Hola comandante, ¿está el señor juez?
—Salió, no tarda en llegar, ¿te puedo servir en algo?
—Bueno sí, fíjese que esos tres toros traviesos entraron a mi jardín y se comieron todas mis flores y todo el pasto.
—No te preocupes, en estos momentos dicto la detención
—No hay necesidad, ahí vienen conmigo, de buena manera aceptaron su delito y me exigen que los demande porque son buenos ciudadanos y quieren pagar su delito.
No hubo necesidad de mandar por ellos, entran a la comandancia con mucho respeto pero con una cara de alegría contagiosa.
—Muuumumu mumumu mumumu (venimos a pagar nuestro delito) —Sin decir más abren la celda y entran. Mumuumu mu mumm mumumu (de acuerdo con el tratado de toros presos demandamos alfalfa) llenos de alegría se ponen a bailar, por estar pagando su delito.
—Tengo que mandar por alfalfa, pero para que no me demanden por faltas a la moral, les propongo llevarlos al jardín del señor juez que está aquí al lado, ¿qué les parece?
—Muu (vamos) siguen al comandante cante y cante, baile y baile, hasta el comandante se contagia y canta y baila con ellos. Entran al jardín y se quedan maravillados al ver un jardín tan frondoso. Meten a la mano a su bolso y le meten un billete a la bolsa del comandante, no se lo dan en la mano porque es un delito, y así puede decir que apareció en su bolsa del pantalón. El señor juez gusta de la música y tiene un conjunto que hacen escoleta en su patio; sus amigos de música dejan sus instrumentos a un lado del jardín. Los toros felices empiezan a comer todo lo que encuentran de color verde. Uno de ellos encuentra el saxofón y le sopla fooo, le aprieta una llave y fiii. Aprieta otra y faaa, y empieza fofofo fifa fifa, fofofo fifa fifa, el otro toma la tarola tacatacataca, tacatacataca, por último el toro pinto ve la guitarra plinplaplon, plinplanplon, y la arman bien grande, plin plon, tacataca fofofi fofofa, tocando y tocando lo mismo bailando al compás de su sonsonete.
—Veo a los toros bien raros, hasta hicieron su conjunto; bueno son animales muy alegres, quién como ellos que siempre están contentos, hasta los ojos los tienen rojos de tan gustosos que están.
—Ya regresé, comandante, ¿alguna novedad en mi ausencia?
Ninguna, ah sí, trajeron esos toros traviesos, más bien ellos llegaron por su voluntad, obligaron a don Remigio a que los presentara como iniciados.
—Esos toros tan derechos que son, ¿y ahora de qué se les acusa?
—Que se comieron todo el pasto y las plantas del jardín de Remigio.
—¿Y de que se queja si parecía selva?, los toros le obligaron a que los denunciara para pagar su delito
—¿Y qué hiciste?
—Se metieron a la celda demandando alfalfa. Como no tengo partida los metí en su jardín para que le poden el pasto
—Vaya, por fin hiciste algo bueno. El juez se asoma por la ventana que da a su jardín.
—Con una ching…, no puedo decir una palabrota porque me pueden acusar de agresión psicológica. Mira cómo dejaron de pelón todo el jardín, dice muy contrariado.
—Mejor, así se ahorra el pago al jardinero
—Qué pago de jardinero ni que nada, mira se comieron todas mis matas de mariguana, sácalos de ahí antes que coma carne asada.
—En estos momentos señor juez. Camina rápido a liberar a los toros. Al ver la puerta abierta y verse en libertad, salen llenos de mariguana por todos lados, cante y cante baile y baile y con los instrumentos escondidos.
Corren a su pesebre y ensayan a más no poder. Forman su conjunto “Los toros del norte”, triunfando en todos lados que se presentan. Los contratan en la cantina de lujo del pueblo. Todas las tardes tocan y cantan, los parroquianos braman de gusto al oírlos contar, aplauden hasta que les duelen las manos. Por la noche, cuando salen, dejan sus instrumentos guardados en la cantina.
—¿Qué pasa padrecito?, ayer andaba hasta las chanclas, ya la está agarrando del diario. Es muy gustosito para eso del alcohol.
—Ay hijo, este pinchi alcohol no me deja. Oye, ¿por pura casualidad dejé olvidado mi misal con el libro de oraciones por aquí?
—No padrecito, que yo recuerde no, ya ve que aquí no se pierde nada, es común que muchos dejen olvidado hasta sus muletas, ¿ya fue a las otras cantinas?
—Ya, pero no está en ninguna de las que frecuenté.
-¿Recuerda algo, una mesa, algo?
—No, nada, lo único que recuerdo es que en el baño había una taza como de oro
—Espéreme tantito, toro, toro. Tan pronto escucha que le requieren, se presenta.
—Mumu (¿qué pasa?)
—Ya llegó el que se cagó en tu saxofón
- ¡Júpale cabrón! Sin avisarle le da una cornada en la nalga, muy cerca del corazón
- Monseñor, aquí está la cuenta de la operación del padre.
—A ver, vamos a ver, reconstrucción de ano por cornada de toro y quitar hemorroides, ciento cincuenta mil pesos, ¿pues le pusieron culo nuevo o qué? A descontar de su mesada.
La fama de “Los toros del norte” corre por toda la comarca. Una tarde llega el ranchero rico a la cantina.
—A ver cantinero, ronda para todos, Jumencio paga todo, o sea yo. Las tandas a cargo de don Jumencio corren como en las carreras. A ver cantinero, sirve algo a mis amigos los toros, que no se diga que pagué a todos menos a los más importantes. Los toros toman medio vaso de tequila del bueno y tocan con más ganas, la cantina está llena, a una gorra no hay quien le corra, dice el dicho. Toman otro medio vaso y cantan, y otro medio vaso y cantan. Todos los parroquianos están llenos de alcohol gratis, muchos ya dormidos, otros como pudieron salieron a su casa. Los toros, como si nada.
—Mumumu mu mu mu (otra copa bien grande)
—Las que quieran, que don Jumencio pagó por adelantado. Toma una cubeta para cada toro y la llena de tequila, se la toman como agua, piden más, alfalfa de botana, toman tanto que se termina todo el tequila de la bodega de la cantina. A las exigencias y a la ganancia llena las cubetas con lo que tiene, desde alcohol puro hasta ginebra, bueno, todo lo que encuentra, y los toros, como si nada. Piden más. Bueno, estos no se emborrachan con nada, comenta el cantinero
—Mumu Mumu mumummu (algo que raspe exigen). Encuentra a un soldado que está bien dormido por la borrachera, le quita la fornitura, saca la pólvora a las balas, vacía en la cubeta con todo y cartuchos, y los plomos de las balas, lo llena con lo que queda de licor, hasta anís del mono. Cada uno toma su cubeta, la beben sin mascar las balas destapadas, por fin quedan borrachos. Mumumu, hip, hip (nos vamos).
—Están bien borrachos, mejor quédense a dormir dentro de la cantina. Los toros insisten en irse a su pesebre. Don Sotero, que está medio borracho, le dice al cantinero qué quiere y como estima mucho a estos artistas únicos, les puede dar posada en la parte trasera de su granja de gallinas. Los toros aceptan de muy buena manera, salen abrazados cantando y bailando dando traspiés. Los coloca en la granja. Y a dormir se ha dicho.
—¿Qué pasó Sotero?, de seguro vienes a curarte la cruda
—Qué cruda ni qué nada
—¿Por qué tan enojado, pues ahora qué te hizo tu mujer?
—Pinches toros, mataron a mis todas gallinas.
— ¿Y eso? No te creo, si son muy buenos toros. No hacen daño a nadie, son bien ocurrentes, pero de ahí no pasa.
—Qué buenos ni qué nada, a media noche se escuchó un tremendo ruido, un pedo que se echaron y como ametralladora mataron a todas mis gallinas.
—Eso no es posible, de seguro tienes un enemigo que te envidia. Si los toros siguen vivos es que no fueron ellos, de dónde van a sacar armas. De seguro aún estás borracho.
—Qué borracho ni qué nada, hasta mi esposa escuchó tremendo ruido
— ¿Y los toros, cómo están?
— Están contentos como siempre, ensayando sus canciones baile y baile y cante y cante.
— Mejor tomate un curacruda por cuenta de la casa.
— ¿Y, mis gallinas? Pon la denuncia
- Para mí que fueron los toros pero, lo hecho, pues hecho.
La fama de los toros músicos corre por toda la comarca. En la ciudad vecina programan la fiesta del santo patrono, San Juan Bautista; se le conoce con la ciudad de los Juanes. A una gran mayoría de los habitantes, cuando nacen, los registran y bautizan con el nombre Juan o Juana, para hacer honor al lugar. El comité organizador de la fiesta llega a un acuerdo unánime de contratar a los toros músicos para que canten en la misa principal y que amenicen el baile después de la quema de juegos pirotécnicos. Los toros aceptan de muy buena gana. Se ponen de acuerdo con el párroco para ensayar con el coro de la iglesia. La hora de inicio será a las doce del día para terminar a la una, así que ensayan bastante. La acústica es maravillosa, porque toda la pared del altar mayor es de madera en semicírculo; lo mismo el techo es todo de madera, iglesia edificada a mediados del siglo XVIII, y sólo las paredes laterales y la entrada son de cantera. Las puertas lucen un tallado hermoso bajo relieve; su sala capitular tiene pinturas de obispos anteriores y uno que otro prelado, lunas grandes para que el sacerdote vea bien cómo está vistiéndose. Una parte que da al atrio se usa desde siempre como bodega de cohetes para prender por la noche y bebida para vender a la hora del baile; lo recaudado va a las arcas de la iglesia.
La misa cantada todo un éxito, el señor obispo presente oficiando junto con el párroco. Después de: “Idos, la misa ha terminado”, los toros ejecutan completa la obra “La Pasión según San Juan” y ningún parroquiano sale de la iglesia, están hipnotizados hasta las lágrimas por tan hermosa música.
Por fin salen de la iglesia, los toros son invitados a comer junto con el señor obispo, el párroco, ayudantes de la curia y uno que otro colado. También ejecutan música alegre, tanto que se inicia el baile entre ellos; el señor obispo con su secretaria y el párroco con su sobrina, los demás con quien pueden. La secretaria y la sobrina fueron seducidas por un rufián que las engañó. Él rufián abrió su corazón y ellas las piernas. Pero los sacerdotes, haciendo gala de su gran corazón y altruismo con las feligresas engañadas, las aceptaron con todo y sus hijos. Se sabe que cada una de ellas tiene otro niño por obra y gracia de la Santa Providencia, creo que así se llaman los sacerdotes entre ellos.
Personas de muchos pueblos vecinos, al saber que van a amenizar el baile “Los toros del norte” llegan en lo que pueden, camiones de redilas, carros, autobuses, a pie; el caso es que el baile se extendió hasta las calles que circundan la iglesia; los altavoces bien distribuidos hacen que todos escuchen. El baile termina a eso de las diez de la mañana del otro día. Los toros y los parroquianos a desayunar y descansar. El párroco oficia la misa de siempre, el señor obispo con su secretaria se encamina a su curia, no sin antes tomar su suculento desayuno y su curacruda.
A eso de las siete de la noche los toros se despiertan, comen alfalfa; se disponen a regresar a su pesebre cuando les dice el párroco que se queden otro momento, que él paga porque toquen para él, su sobrina y los invitados. Se vuelve a armar el baile con sus copas de alcohol del fino; lo ofrecen a los toros, que toman una botella como agua y siguen tocando. A eso de media noche se termina el baile privado. Ofrecen a los toros que se queden a dormir en la sacristía a un lado de la sala capitular, y que mañana, a la hora que deseen, pueden regresar a su casa.
Los toros aceptan de muy buena gana, ya que están medios borrachos, cada uno tomo cuatro botellas completas de coñac. Se disponen a descansar cuando: Mu muuu mumu (quiero otra copa); mumumu (vamos a buscar), entran a la sala capitular y encuentran la cava del párroco llena hasta el tope, y a descorchar botellas. No encuentran dónde prender la luz y optan por encender una vela para alumbrarse. Glu, glu, glu es lo único que se escucha; dan cuenta de todo lo que había de coñac, dos cajas por cada toro. Como hace calor salen al jardín de la iglesia a dormir. Un estruendo les despierta, los cohetes se prenden a causa de que la iglesia está en llamas. Todo el edificio está ardiendo; el calor que desprende molesta a los toros que salen corriendo con sus instrumentos bajo el brazo risa y risa. Se encaminan por la montaña. En su mochila cada uno lleva un cartón de coñac, se sientan a la sombra de un árbol a descorchar botellas.
Al otro día el periódico, en ocho columnas “Gran Tragedia, arde la iglesia de San Juan”. Los toros mueren calcinados.