Los toros y “San loco”

Guillermo Romero Zarazúa

Es domingo en la tarde, las gradas del rodeo lucen lleno total; a su alrededor niños y adultos hacen día de campo, comen y beben. Son las celebraciones patronales en honor a San Lorenzo, en Metepec. En céntrica calle de ese barrio, aproximadamente 500 personas abarrotan el rodeo, ese día montarán 10 toros. Los jinetes están listos, se preparan mediante una rara ceremonia, se amarran en las botas unas espuelas de acero con terminaciones puntosas que utilizan para picar a los toros cuando los montan. Otro montador se acerca al corral, a distancia toca la frente del toro que montará, en seguida se persigna, y besa la imagen de San Judas Tadeo que pende de su cuello.

Dentro de un corral como de 5 por 10 metros, diez toros hacinados están estresados, braman, uno muestra en una oreja un extraño objeto tipo “piercing” amarillo, de plástico, con la inscripción MX Sagarpa 12 0267, le sigue un código de barras y termina con otro número más grande: 1035. Tal parece que ese es el permiso oficial que otorga Sagarpa para picar, recibir choques eléctricos y montar a ese toro. Los animales están amarrados con lazos de la cabeza al corral. Por el nerviosismo se avientan y patean entre ellos, seguramente saben a lo que los llevan, muy pronto cada uno de ellos recibirá choques eléctricos y será jalado a un pequeño espacio donde los montará un “valiente” jinete.

Ya en el rodeo, un jinete realiza otra ceremonia, se hinca, se persigna, besa la tierra y sacude las manos; después se acerca al pequeño espacio donde tienen al toro para montar; trepa las rejas y se prepara, emite un raro grito y sacude el cuerpo. En cuanto lo monte, el toro será picado y tocado con un bastón eléctrico, además de sentir al “valiente” jinete picándole las costillas con las filosas espuelas. Abren la puerta, el toro sale dando brincos. El jinete no dura ni 15 segundos sobre el lomo del furioso animal, quien después de derribar al jinete recorre embravecido una parte del rodeo bramando y tirando coces. Los bufones o ayudantes trepan las rejas para ponerse a salvo hasta que los auxiliares atrapan al toro, lanzándole reatas a la cabeza, para regresarlo al corral. El merolico locutor anuncia el final y agradece la presencia del “respetable público”; la gente poco a poco abandona el lugar, dejando a su paso un muladar peor que el de los toros en el corral.

**De Semanario Punto 477