Punto en la información

México y las crisis de AMLO I

Marco A. Oviedo

El pasado miércoles 27 de noviembre, el presidente Andrés Manuel hizo un recuento público de los cinco momentos críticos por los que ha pasado durante su encargo de gobierno: la tragedia de Tlahuelilpan, el amago de imposición de aranceles a México, el operativo fallido en Culiacán, la matanza de la familia LeBarón, y el asilo del presidente de Bolivia Evo Morales. Al margen de esas cinco dificultades, todo marcha a la perfección y la 4T va viento en popa.

Sin embargo, desde mi particular óptica y con base en el seguimiento de los acontecimientos que se han suscitado desde que AMLO triunfó ampliamente en las elecciones presidenciales del año pasado, López Obrador ha enfrentado un número mayor de crisis que las que él pretende reconocer. Crisis estructurales que deberá enfrentar de manera seria.

Y en este orden de ideas, lo grave no es si han sido cinco o 10 o 20 o más momentos críticos en su gobierno, sino las que el presidente de México públicamente reconoce. Si esta declaratoria la hizo con fines políticos, está mal; si la hizo con fines mediáticos, está peor; pero si la hizo a nivel de conciencia, es una verdadera desgracia. 

El asunto es que, políticamente no tenía ninguna necesidad de haberse empantanado en una agenda de crisis, cuando no tiene adversarios políticos de peso. El PRI y el PRD están desaparecidos y el PAN no alcanza a hilar una buena reacción política como partido de oposición.  Las élites empresariales opositoras han comenzado a aceptarlo medianamente. Ahora, si la estratagema era engañar con verdades a medias a la población con miras a su próximo informe de gobierno, pues políticamente hablando, no lo logró y está mal hecho.

Mediáticamente, tampoco tenía porqué darles elementos a quienes desde los medios de comunicación y desde las redes sociales se han encargado de diseñar y operar diversas estrategias para desprestigiar sus decisiones de gobierno y ponerlas al nivel de pifias, tonterías o en el peor de los casos en “pejendejadas”.  Con sus conferencias mañaneras, el presidente ha impuesto, durante casi un año de gobierno, los temas comunicacionales de la agenda nacional y había logrado administrar las diversas crisis o tropiezos de sus decisiones, hasta el punto de casi disolverlas en la conciencia social o de casi transformarlas en puntos a su favor; entonces no había necesidad de darse un tiro en el pie. 

Sin embargo, si lo que declaró lo hizo en un acto por transparentar su conciencia, entonces estamos ante un escenario catastrófico, porque nos indica que AMLO está perdido en el complejo entramado de efectos colaterales que están emergiendo y haciendo crisis, producto de la hoja de ruta que él se planteó o que le diseñaron y aceptó para impulsar su 4T.

En virtud de lo anterior, los cinco momentos críticos que el presidente López Obrador expresó y que quiso minimizar hasta el punto de hacerlos parecer como eventos circunstanciales, son apenas la punta de un iceberg que, debajo de su nivel de flotación, encierran otras crisis que le están y le irán estallando paulatinamente y dificultando aún más sus propósitos de transformar la vida de nuestro país. Otorgando, sin conceder, las últimas encuestas proyectan una baja sensible de 10 puntos porcentuales en el nivel de aceptación de AMLO.

¿Pero cuáles son aquellas crisis estructurales que el presidente no ha querido reconocer, no ha visto o no ha querido aceptar? La primera de ellas, sin aún desempeñarse como presidente de México, fue en el sector privado, la decisión de cancelar al costo que fuere, la construcción del nuevo aeropuerto de Texcoco. Esta decisión mandó señales negativas a los inversionistas nacionales y extranjeros, quienes hasta la fecha no confían en AMLO. El resultado es el nivel de crecimiento cero en la economía mexicana. Y qué pasó con quienes estaban envueltos en ese costal de corrupción o barril sin fondo u obra faraónica del gobierno corrupto de Enrique Peña: Nada. No los han tocado ni con el pétalo de una denuncia penal o administrativa. Sin inversión, no hay crecimiento ni hay desarrollo. Los programas asistenciales no sirven de mucho.

La segunda es la crisis del aparato gubernamental que se vive actualmente. La desaparición de puestos de mando y recortes de personal de manera indiscriminada sin mediar un análisis previo y una reconfiguración organizacional y funcional de las entidades de gobierno para optimizarlas; los recortes presupuestales a toda la estructura de gobierno para abonarle a los programas asistenciales e inmediatistas de AMLO; la consolidación de las compras gubernamentales ocasionando desabastos y subejercicios presupuestales; el decremento a los salarios que no sólo ha afectado a la llamada “burocracia dorada” sino también a quienes de manera leal y legal han hecho carrera en el servicio público, han propiciado un mal desempeño del gobierno.

La tercera es la crisis en los poderes de gobierno y los órganos autónomos. El poder judicial, ya casi subordinado al Poder Ejecutivo, mediante amenazas, amagos de cárcel, desacreditación pública de corrupción y anegándolo de incondicionales dará los coletazos para seguir gozando de sus lujos. El Poder Legislativo subordinado totalmente al capricho del presidente, dando bandazos en su actuar y reviviendo las prácticas más arcaicas del viejo modelo posrevolucionario, no permitirá reformas constitucionales que dependan de una mayoría calificada.

Los órganos autónomos, totalmente desprestigiados por su actuar, por su utilidad, por su manutención y por su subordinación al presidente en turno, no necesitaban ser expuestos públicamente, sin embargo, AMLO como buen fajador, tenía que exponerlos al escarnio popular. Si tan sólo hubiera hecho los cambios bajo el amparo de las reformas legislativas correspondientes, los costos serían menores pero las bravuconadas del presidente han dado tela para cortar.

La cuarta es la crisis de inseguridad que día con día afecta a la población y que sigue socavando a las instancias de seguridad estatales y municipales, porque la política de “abrazos y no balazos” no sólo está minando la fuerza y la moral de las fuerzas armadas, sino que a la par, está empoderando a los criminales. Y no se trata de masacrar, se trata de cumplir la ley, se trata de echar mano de la inteligencia, de la estrategia y de la experiencia de antaño para desarticular esas organizaciones armadas y cultivadas al amparo del poder político.

Está bien no declarar la guerra al crimen organizado, si verdaderamente las muertes han sido más del lado de la ciudadanía inocente, sin embargo ese dato o no se sabe o no les interesa. Pero si la decisión se tomó para ponderar de manera significativa la estadística de criminalidad, la decisión es un error. Acordémonos que los muertos, primero de la guerra de Calderón, y posteriormente de la guerra de Peña, fueron estadísticas que sirvieron para atacar políticamente a esos gobiernos. Hoy no tendría que ser así pero la inercia política está afectando a quienes antes eran oposición y hoy son gobierno. El que a hierro mata, a hierro muere.marcoov57@yahoo.com.mx.