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Movimiento de estudiantes no de obreros

** Ahí estaban las tanquetas del ejército, que vomitaban ríos de balas contra el inmueble, de donde veíamos como si fuera una cascada de agua.

Cuando uno llega a viejo, los recuerdos afloran

Por Isaac Ocampo García

“…hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez…”. Del libro de Eduardo Galeano: “Las Venas Abiertas de América Latina”.

Era el año 1968, estaba yo en problemas con mi compañera, que enojada se había marchado con nuestro primer y único hijo en ese entonces, a la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

Sin saber cómo ni cuándo, había yo decidido irme al entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de México, para ahí trabajar en una pequeña fábrica que mis dos tíos tenían en sociedad con un italiano.

La fábrica se encontraba en la calle de Felipe Carrillo Puerto (hasta en cosas como estas el Socialismo seguía conmigo), en la colonia Anáhuac.

Vivía con uno mis tíos en la colonia Porvenir, cerca del Monumento de La Raza, en donde también está el Seguro Social, del mismo nombre.

Diario, en las mañanas, mi tío Daniel y yo partíamos, en su camioneta, de la Porvenir hacia la Anáhuac, y a la salida yo me regresaba solo. Tomaba el camión en la avenida, Mariano Escobedo, hasta llegar al cruce de Cuitláhuac con Vallejo.

Llegaba de volada, rápido me bañaba, comía y de inmediato salía de aquella casa para irme al primer cuadro de la ciudad. Me urgía llegar a lo que hoy es el Eje Vial Lázaro Cárdenas, antes San Juan De Letrán, lugares en donde regularmente se desarrollaban o se llevaban a cabo las marchas de los estudiantes, ya del Politécnico o de la UNAM. El Movimiento Estudiantil del 68 estaba en pleno apogeo.

Me apremia destacar, que en aquellos estudiantes que marchaban protestando por la política fascista, del priista, Gustavo Díaz Ordaz y compañía, jamás me tocó ver que dichos estudiantes pintarrajearan monumentos o paredes que debían respetar, tampoco quebrar cristales de los negocios, mucho menos agredir a nadie, como no fuera a los granaderos con los que sí que traían cosas entre sí, más que simples broncas…

Ya había visto varias marchas, ya había escuchado y oído muchas consignas. Cuando de repente un buen día decidí querer unirme a una de aquellas columnas de estudiantes. Y, ahí voy, “muy salsa” dizque a luchar también, contra el gobierno del “divino trompudo” como le decía Roberta Avendaño Martínez, “La Tita”.

Por supuesto, me coloqué en la parte trasera de aquel grupo de estudiantes, pero no tardó en aparecer uno de ellos, que de inmediato cuestionó mi presencia, ahí, con ellos.

“Qué onda, compa, − me dijo −, qué se le perdió, a lo que yo le contesté. Nada, no se me ha perdido nada, sólo quiero unirme a la marcha. -“¿De qué prepa vienes, o de qué Voca?”. -No, le dije, no soy estudiante, soy obrero. Recuerdo que se sonrió, y rápido me contestó. “No, pues andas mal, este no es movimiento para obreros, es movimiento de estudiantes, para estudiantes…”. Fue todo, me salí del grupo aquel, y me quedé todo desangelado, creo que Hasta mentándole la madre al estudiante aquel. ¡Cabrones, si de lo que se trata es de sumar, no de restar! -Me decía a mi mismo, todo enmuinado. No sé cuánto tiempo pasó, pero recapacité, comprendí que ellos, no conociéndome, qué iban a saber de mí, si en realidad o no era yo un posible provocador, tan de moda éstos en aquellos ya lejanos momentos del 68 Estudiantil.

Pero también estaban por realizarse en nuestro país, los Juegos Olímpicos. Recuerdo que en aquel trabajo con mis tíos, ellos me pagaban con monedas olímpicas. Monedas con 25 pesos de valor.

Ya habiendo “recuperado” a mi compañera y a mi hijo, es decir, habiendo hecho las paces. Sin saber cómo ni cuándo, un buen día le digo a mi compañera. ¿Por qué no nos regresamos para Toluca?, yo no me acostumbro muy bien aquí…

Ella accedió, pues tampoco era muy de su agrado el entonces DF.

No les avisé a mis tíos de aquella decisión de nuestra parte. A escondidas, tomé a mi mujer y a mi hijo y, jálale para Toluca. Llegamos, los dejé en mi casa con mi madre y mi abuela, y de inmediato me regresé a la ciudad de México. Tenía que traerme mis libros, los que “embutaqué” en dos bolsas de manta.

Al regreso ya de México, tomé el camión urbano en la calzada Vallejo, me dirigía a la calle de Topacio, por la zona de La merced, en donde se encontraba la terminal de autobuses Flecha Roja, sólo que, antes de llegar a Tlatelolco, exactamente en la avenida Peralvillo, de la colonia con el mismo nombre, autoridades policiacas y del ejército nos desviaban hacia la Calzada de Los Misterios. ¿Qué estaba pasando? Cual más se preguntaba. En eso, ya estábamos pasando por Reforma, justo enfrente del edificio Nuevo León, o el Chihuahua, que sé yo. Pero, ahí estaban las tanquetas del ejército, que vomitaban ríos de balas contra el inmueble, de donde veíamos como si fuera una cascada de agua, cómo los cristales de las ventanas caían hechos pedazos.

Unos cuantos metros adelante, en La Plaza Garibaldi, como si ahí fuera otro México, los conjuntos de mariachis realizaban su trabajo de tocar y cantar y cantar, como si allá atrás, en la llamada Plaza de Las Tres Culturas, en Tlatelolco; no pasara absolutamente nada. ¡Estaba el Estado asesinando estudiantes inmisericordemente!

Llegué a mi casa en Toluca, preguntando de inmediato, si estaban viendo (en la tv) lo que estaba pasando. Nada, nada de todo aquello fue transmitido. De brutos lo iban a hacer.

Efectivamente, aquel día en que me regresé del DF a la ciudad de Toluca con mi familia, era… 2 de octubre, 2 de octubre de 1968… un 1968, cuando el Movimiento Estudiantil mexicano.

Nos leemos en la siguiente, digo; si es que…