¡O vuelve campeón cabrón,o mejor ni vuelva!
A: Mis hermanos queridos del Club de Futbol. Atlante.
A: Don Manuel Farfán Cruz (+)
Por Isaac Ocampo García
Era el año de 1962, tenía entonces 14 años, entrados a 15. Trabajaba yo en el periódico El Mundo, que dirigía el ya fallecido y gran periodista, Don Alfonso Solleiro Landa. A esa edad era yo ayudante de linotipista, sacaba pruebas de los “lingotitos” de plomo que salían del crisol del “monstruo” aquel, llamado Linotipo. Ya imprimido el periódico, lo doblaba con un peine, lo pasaba por la guillotina, y lo dejaba listo para su venta. Obviamente, dejaba yo un ejemplar en el escritorio de don Alfonso, que a esas horas (6 de la mañana) todavía no llegaba.
En aquel periódico trabajaban como reporteros. José “Pepe” Nader. Los hermanos, Horacio y Antonio, Garza Morales, el señor, Anuar Maccise, y otras personas de las cuales lamentablemente ya no recuerdo sus nombres. Don Aurelio, hermano de don Alfonso, la hacía de “segundo” de a bordo, era un verdadero “ogro”, siempre muy enojón.
“El Mundo”, se encontraba situado en la calle de “Pensador Mexicano”, hoy avenida Morelos. Nombre de “Pensador Mexicano”, que comenzaba de la avenida Juárez, hacia el poniente. El periódico estaba en una vecindad, en donde habitaba nada más otra familia compuesta de puras mujeres y un niño, por cierto muy travieso.
Mi trabajo, no obstante tener esa edad, era de toda la noche hasta la mañana siguiente, ganando a la semana, 40 “pesotes”.
Pero, como ya jugaba yo futbol, digamos que de manera organizada, ello en la Liga de Futbol, infantil y juvenil, “Héctor Barraza”; y lo hacía en un equipo que se llamaba “Atlante”, y que nuestro entrenador era Don Manuel Farfán Cruz (oriundo de San Juan de Las Huertas, pero ya avecindado en la calle de Filisola <hoy Constituyentes>), pues, nada, que en una de esas ya había sido seleccionado para representar al Estado de México en un campeonato nacional, el cual se llevaría a cabo en la ciudad de México, entonces, Distrito Federal.
Pero entonces, la cosa se armó con mi señora madre, la que, con lo “corto” que me traía entonces, me ordenó que si quería ir a ese campeonato tenía que pedirle permiso a don Alfonso. Pedirle permiso, para faltar al trabajo lo que durara el torneo aquel. Como la cosa urgía, y no encontrando a la mano a don Alfonso, me atreví a solicitarle dicho permiso nada menos que al “ogro”, a don Aurelio. ¡Craso error! Había cometido. De inmediato el “ogro” me mando a volar. ¡Nada de permisos! Me dijo, futbol o trabajo, tú decides. Si te vas al campeonato ese, ni se te ocurra volver a aquí. ¡Quedas despedido! ¡Ya te dije! ¡Futbol o trabajo! Y, chin, me dejó (recuerdo) helado.
Pero, pues, uno de chavo se las ingenia para salirse con la suya (como se dice). A mi jefa le dije que ya me habían dado permiso. (A ver cómo le hacía cuando regresara, pensaba yo)
Así entonces. La inauguración del mentado campeonato nacional fue, nada menos que el Estadio de Ciudad Universitaria (de la UNAM). Eran los Juegos Nacionales Infantiles y Juveniles, de 1962, organizados por la Confederación Deportiva Mexicana (CDM)
Para no hacerla más larga. Jugamos primero contra Querétaro, al que goleamos por 9 a cero. Luego a Morelos, 10 a cero, a Guanajuato 2 a cero, al DF. 4 a 3, y en la final a Veracruz, uno a cero y… ¡¡¡Campeones Nacionales!!! Éramos campeones. Años habían pasado sin que el futbol llanero o amateur del estado de México supiera de ese tipo de acontecimientos.
De regreso a nuestra querida Toluca, la que después de más de 8 días fuera de ella ya la extrañábamos (para la mayoría de los niños aquellos que éramos entonces, era la primera vez que nos ausentábamos “tanto” tiempo). Entramos por la principal y única parte en ese entonces. Por el Asta Bandera, junto al Panteón General de Toluca. Cuál no sería nuestra sorpresa, que en dicha entrada estaban apostados con sus motocicletas una decena de agentes de tránsito, junto a ellos un conjunto de mariachis tocando música de bienvenida; más nuestros familiares, padres, madres, hermanos… que nos vitoreaban y se aprestaban a abrazarnos…
Conmigo llegó mi madre, diciéndome solo… ¡Bien, bien hecho!
Fue en ese momento cuando recordé lo que ella, mi madre, me dijo aquel día que me iba al campeonato, y ella, preparándome mi petaquita, me decía…
¡O vuelve campeón, cabrón, o mejor ni vuelva!
Llegamos campeones, ma, le dije. Pero, ella, como era de exigente, sólo acertó a contestarme…
¡A eso iban, o qué no! ¡A ganar, a obtener el primer lugar; porque ser segundos, para qué; eso no sirve!