Respeto a la mujer…respeto

** Si es que te llegas a encontrar en tu camino a una monja, también respétala. Pero, si es que puedes, mejor dale la vuelta.

(A Mi madre, en el 48 aniversario de su muerte)

(31 de marzo de 1974)

Por Isaac Ocampo García

Justo por las cercanías del penal de Lecumberri, -allá por los años 40-50, obvio del siglo pasado-, se encontraba un tugurio de “mala muerte”, llamado el Abanico. Lugar en donde un buen número de prostitutas “hacían de las suyas”, es decir, ejercían sus labores. A unos 20, o 30 metros del abanico, una joven mujer, con su hijo de meses en brazos, ofrecía sus elotes a la concurrencia del lugar.

En una de esas tardes-noche de vendimia, la joven mujer, al igual que los demás transeúntes; era presa del mal clima. Ráfagas de frío viento les complicaban la existencia, lo que motivó a una de las “gustositas” del Abanico, a acercarse a la vendedora de elotes y decirle: -“órale, chamaca, pues ni hubieras salido a vender, y luego con tu chamaquito a cuestas, no sea que se te vaya a enfermar…

-Pues, sí, pero qué hago, le tengo que dar de comer, y si no es la venta de los elotes, de otro lado no tengo…

-Ah, que pinche muchacha, pues sí que estás jodida, pues qué no tienes marido; digo, para que te dé lana para tu chamaco

-Uh, no, si ya tiene varios días que no llega a la casa, y pues luego nada más anda en el “chupe”…

-Bueno, mira, ahorita a ver cómo le hacemos para que vendas tus elotes y te vayas con tu chavo para tu “cantón”. Voy pa´ dentro del Abanico, ya ha de haber uno que otro “galán” esperándome, ya sabes. Lo voy a “ensartar” con que me compre unos elotes. A propósito,  ¿a cómo los das?

-A peso, y uno 50…

-Uh, que “la que se murió de amor”. Mira, le vamos a hacer así. Cuando salga con alguno de aquellos “bueyes” pa´ que me compre unos elotes, tú se los vas a dar a 2 y 3 pesos…

-¡Uh!, no, se van a poner al brinco…

-¡Ni madres! Tú le haces como te digo y ya está. No te vayas a apendejar, ¿eh? A esos cabrones les encanta gastar su lana con nosotras. Entonces, así quedamos; voy y vengo. A lo mejor me tardo un poco, pero tú no te desesperes…

El asunto fue, que no solo fue aquella “gustosita” la que salió con su “galán”, comprándole varios elotes; sino que fueron varias de aquellas “trabajadores de la noche”, las que con sus respectivos clientes, salieron a la compra de los consabidos elotes.

-¿Qué, como estuvo el asunto? Le preguntó a la muchacha, aquella primera “gustosita”. Iba sola, y es que el clima había empeorado, y como quiera que fuera, le preocupaba la muchacha y su chaval.

-No, pues, ya se me terminaron los elotes…

-¡Pues, qué esperas! ¡Ya, dele para su chante!, no sea que se le vaya a enfermar el chavo…

Años después, de cuando en vez recordando aquella anécdota, aquella joven mujer se encontraba ante un nuevo problema. Su segundo hijo se encontraba enfermo de bronconeumonía. En su instinto por querer que su hijo sanara, fue lo que la llevó hasta un pequeño hospital, el cual era atendido por unas monjas. De entrada uno de los médicos le dijo, que el niño estaba muy delicado, que era necesario ubicarlo dentro de una cámara con oxígeno, para comenzar por sanar sus pulmones…

A lo que la madre del pequeño contestó de inmediato.

-Sí, pónganle la cámara con el oxígeno, como dice el doctor…

Fue en ese momento cuando una de las monjas hizo acto de presencia.

-Sí, señora <le dijo>, pero antes es necesario que pague por adelantado el costo del oxígeno…

Sobra decir que aquella madre angustiada por su hijo, no llevaba en la bolsa ni un mísero peso.

-¡Ustedes pónganselo! Yo veré como consigo para pagarles el oxígeno…

-Necesita entregar, ya, el dinero, de otra manera no se puede hacer nada. <le contestaron tajantemente>

-Madre (le dijo a la monja directora del hospital), no sea mala, coloquen a mi hijo en la cámara que dice el doctor, yo veo cómo le hago y les traigo el dinero.

-No podemos, hija (le respondió la “esposa” de Cristo). Tienes que dar antes el dinero…

Acto seguido, aquella madre salía del hospital con su hijo enfermo en brazos, con dirección de su casa; en donde horas más tarde su hijo enfermo fallecía.

Finalmente, con lágrimas en los ojos, recordaba aquellas dos escenas. La primera. La de las “gustositas”, las que, cual aguerridas luchadoras  por la vida, la habían ayudado a salvar a su pequeño hijo, al menos de aquel feroz clima de viento y frío en que se hallaba vendiendo sus elotes. Y, la segunda. La de aquellos amargos momentos en que perdió a su segundo hijo. Nada más, porque no tuvo el dinero suficiente como para haber podido pagar la maldita cámara de oxígeno; y porque las benditas monjas de aquel lugar, no accedieron a fiarle el servicio…

Por un lado (se decía asimisma), las pecadoras; las “Gustositas”. Por otro, esas santas mujeres que son las monjas, las fieles “esposas” de Cristo…

Acto final de este relato. El que aquella madre le aconsejaba a su primer hijo, a aquel que llevaba en brazos, por los rumbos de Lecumberri y del Abanico, aquella fría y airosa tarde-noche…

“A la mujer, hijo, a la mujer hay que respetarla por sobre todas las cosas. Sobre todo, si es una prostituta. Y si es que te llegas a encontrar en tu camino a una monja, también respétala. Pero, si es que puedes, mejor dale la vuelta, y aléjate de ella…”.

**Fotografía: Tomada de la Red