Cuando el humedal reclama su espacio
Guillermo Romero Zarazúa
** Usted hizo su reporte, yo mi declaración ¿y qué se logró? nada.
Para llegar a la casa de doña Marcelina se atraviesa un espacio a cielo abierto, el que se cree —por su fétido olor— que es un río de aguas negras. Nuestro guía nos dice: “sí, en efecto, allí desembocan los drenajes de la comunidad, pero las aguas no se van, esas aguas deberían de arrojarse al río Lerma, pero hay que bombearlas y nadie hace nada”.
En la calle hay charcos de agua estancada, las que crean reflejos de las construcciones rivereñas con el azul del cielo.
Más adelante, encontramos la casa de doña Marcelina Félix Osorio Montaño, ubicada sobre un montículo, arriba del humedal Chignahuapan.
Los vecinos conocen al lugar como “El Pantano” y forma parte del vado que protege a la comunidad de San Pedro Tultepec de la intrusión de aguas del humedal Chignahuapan. Estamos en la calle Lázaro Cárdenas sur, al sur del productivo pueblo hacedor de muebles de madera, San Pedro Tultepec.
En la casa sobre el humedal, nos reciben al menos media docena de festivos perros. De entrada, doña Marcelina nos dice: “Mi casa se inundó, no tengo adónde ir, es el pedacito de tierra que mi papá me heredó”. La sala, cocina y comedor están inundados hasta con 20 centímetros; al refrigerador lo alzaron con tabiques, y para cocinar lo hacen también sobre tabiques; las ventanas llorosas de humedad filtran la poca luz del sol. Entre el recibidor y la sala, en un altar, una virgen de plástico atestigua la inundación. ¿Pero, cómo llegó ahí el agua? Se filtra de abajo, nos comenta doña Marcelina.
Le digo: Esta construcción se edificó en contra de la naturaleza y por necesidad de un espacio, pero finalmente, el humedal está reclamando su espacio, ¿no?
Es la necesidad de vivir —nos responde—. Seguro fue mala planeación, se hizo de rápido; ahora son las consecuencias, esto era un bordo alto, y con el tiempo se asentó, estas son las consecuencias, todos los que vivimos en las orillas tenemos problemas. Estamos esperando que el agua baje para poder rellenar.
Está la laguna, lo que queremos es que las aguas tengan su espacio, las de lluvias y las del drenaje. Aquí no hay orden, no han hecho su trabajo los ejidatarios.
Año con año viene la máquina a escarbar, porque no hay salida del agua allá en el río Lerma, por eso también me inundo.
Todo el pueblo desde presidentes, hasta delegados y ejidatarios, son indolentes
Vuelvo a preguntar: Oiga, ¿se tendrían que sacar las aguas negras hacía el río Lerma, no?
Se supone que hay una salida al río, ¿dónde está?
Les dije al presidente ejidal y al delegado, que antes de cubrir un espacio, tienen que abrir allá, para que el agua fluya, pero inundan más aquí. Así no hay salida para el agua.
Las aguas de drenaje y lluvia están al mismo nivel, no hay circulación. Nosotros podemos rellenar y alzarnos, pero si los delegados no hacen algo, ¿que va a pasar?
Y luego mi exnuera, por sus calzones, me quitó un pedazo de tierra, y como es ejido, su abogado dice que no le podemos impedir el paso, aunque no tiene ningún papel a nombre de ella.
-Y de la inundación, ¿cuál sería la solución?
Que los delegados y presidentes ejidales trabajen, que hagan cárcamos para aguas de lluvias y otros para drenaje.
Mire, desde que tengo conocimiento van hacer rameo de drenaje, ¿cuándo? Me voy a morir y no lo voy a ver, pero, ¿a dónde nos vamos si no tenemos otro lugar?; aunque nos llegue el agua al cuello, ¿cómo le hacemos?
Nos inundamos, viene usted, los de Protección Civil, los delegados, y seguimos inundados.
Usted hizo su reporte, yo mi declaración ¿y qué se logró? nada.