“Simón Pedro y el aguijón de Acteal”

Isaac Ocampo García

Artículo de Raúl García: Antropólogo. Maestro por la Universidad de Alcalá de Henares. Integrante de Voces en Lucha.

Artículo en La Jornada del 19 de agosto de 2021, el cual he leído, y que me ha hecho recordar mis lecturas de los libros de Bruno Tráven, la gran mayoría de ellos sobre los pueblos de Chiapas y de los “chamulitas”, como él cariñosamente llamó a los siempre sufridos hermanos nuestros en el sureste mexicano.

Bueno, pues, este artículo acerca de la matanza de Acteal, el 22 de diciembre de 1997, es muestra palpable de lo que Tráven a través de sus libros relata, de cómo es que esos pueblos sufren no sólo el abandono de sus gobiernos, sino que siguen siendo víctimas eternas del asedio de los ricachones terratenientes y políticos de esas regiones, los que por medio de grupos de paramilitares conformados éstos incluso por originarios; a los que les ordenan asesinen a sus hermanos… originarios. 

En esta ocasión, no Tráven, sino Jan De Vos. Con lo siguiente.

<Desde que los primeros frailes dominicos pusieron pie en tierra chiapaneca, allá por el año de 1545, su población indígena entró a ser objeto de escritos que denunciaban su explotación. Estas denuncias forman una cadena sin interrupción que llega hasta nuestros días, iniciada por las cartas que Bartolomé de Las Casas envió a la Corona desde Ciudad Real en calidad de obispo de Chiapa. Tres años antes, en 1542, el controvertido “Protector de los indios” había redactado su famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1 memorial dirigido a Carlos V con el fin de convencerlo de que prohibiera las guerras de conquista y suprimiera los repartimientos. Allí acusó a los españoles de haber muerto —a lo largo de cuarenta años y lo ancho del continente  americano— a más de quince millones de indígenas. En su afán de resaltar las atrocidades cometidas por sus paisanos, de Las Casas no resistió a la tentación de pintar a sus víctimas como gente sin defecto alguno.

Al contrario, no dudó en dotarles de todas las cualidades posibles e imaginables.

En sus ojos eran “gentes sin maldades ni dobleces, obedientísimas a sus señores naturales y a los cristianos a quien(es) sirven… humildes, pacientes, pacíficas y quietas, sin rencillas ni bullicios…, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas… no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas… de limpios y desocupados y vivos entendimientos… dotadas de virtuosas costumbres”. En pocas palabras “eran las más bienaventuradas del mundo, si solamente conocieran a Dios”>. Hoy… Pantelhó.

**Fotografía tomada de la Red