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“Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”

Por Isaac Ocampo García

Llegaba de la fábrica a mi casa como a eso de las 6 de la tarde. Comía en donde vivía con mi compañera e hijos. Al otro lado vivía mi madre con mi hermana. Esa tarde, por no sé qué cosa, falta de apetito seguro, no quise comer. –Voy a ver a mi mamá- le dije a mi compañera, y, pues, al otro lado de mi casa.

-Cómo estás, le dije de entrada a mi progenitora. Ella estaba postrada en su cama. Llevaba ya tiempo en esa postura; batallaba a diario con su enfermedad de cáncer intrauterino, a la que estaba condenada: el oncólogo nos había hecho saber que le quedaban unos días de vida.

-Pues, aquí, ya sabes (Ella no hacía dramas. Soportaba su dolor como podía, cuando para ello se hablaba de los calmantes, regularmente, ella misma se gastaba la broma de que no debía tomarlos porque: “me voy a hacer adicta”, decía, y caíamos en la risa)

-Oye, (me dijo), por qué no te compras tu cartón de cervezas, te traes “el toca-toca”, y nos ponemos a escuchar a Serrat… Ni tardo ni perezoso fui por las “chelas” y por Serrat, la neta, le dije: ¡órale! Pero te tomas una conmigo. –No, me contestó, ya sabes que no me gusta. –Bueno, yo decía.

Y, así fue, como esa tarde-mi madre en su cama y yo sentado en el cartón de cervezas- -atentos y un tanto cuanto, melancólicos- oíamos a Joan Manuel cantar sus inolvidables melodías. La Fiesta, La Saeta, Vencidos; Penélope y Lucía; por ejemplo.

Días más tarde, mi madre, que periódicamente iba a la ciudad de México (acompañada por mi hermana), a las quimioterapias, tuvo que ser hospitalizada; precisamente en Oncología, del entonces Distrito Federal (En Toluca, no existía ese hospital)

Pues sucedió, que en uno de esos días en el nosocomio aquél (Me relataron mi madre y mi hermana, muy emocionadas), de repente se comenzó a hacer un alboroto tremendo. De inicio, ellas se asustaron, pensando que algo malo pasaba, pero no.

Siendo mi jefa muy querendona o aficionada a la música de personajes como el mismo Joan Manuel Serrat, también lo era de Alberto Cortez, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez; Zitarrosa, en fin; de La Trova Cubana y “consortes”.

Cuál no sería la sorpresa de estas dos mujeres (y de los que ahí, en ese piso estaban) que de pronto hizo su aparición, nada menos que aquél cuando mozuelo, por órdenes del dictador español, Francisco Franco, Joan Manuel tenía prohibido entrar a España.

¡¡¡El mismísimo, Joan Manuel, en persona; allí!!!

Al momento en que eso me platicaba, a mi madre le rodaban por sus mejillas las lágrimas. El vasco les había ido a cantar… “… y el señor cura a sus misas…”. “… por la manchega llanura, se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar, va cargado de amargura…”.

Mi madre moriría meses después (31 de marzo de 1974). Pero, como 8 días antes de su muerte, ella me había pedido que oyéramos a Serrat. Al momento que me dijo. –Te pido una cosa. Cuando esté yo difunta, allí, tendida sobre esa mesa, te lo suplico; ¡No dejes entrar a los zopilotes, no dejes que entren los buitres! Ella se refería a los curas. Al final de su vida, aquella mujer que junto con mi abuela (su madre) me hartaron cuando niño, de religión y más religión, y doctrina católicas; reconocía (de alguna manera) su error de confiar en esos farsantes con sotana…

Y…”Se acabó,
El sol nos dice que llegó el final,
Por una noche se olvidó
Que cada uno es cada cual.

Vamos bajando la cuesta
Que arriba en mi calle
Se acabó la fiesta.

(Letras finales de La Fiesta)

Nos leemos en la que sigue. Digo, si es que…

**Foto tomada de la Red