Montse me llevó a navegar a bordo de un hermoso caballito de totora por los mares de Huanchaco: Celina García

Desde la invención de la cámara fotográfica en el siglo XIX, hasta su incorporación a los actuales teléfonos móviles, el hombre ha contado con un recurso que registra la imagen con gran fidelidad. A la tecnología fotográfica se han agregado una serie de softwares que ofrecen una gran variedad de posibilidades de edición a un creciente número de aficionados proclives a explorar los potenciales de todo tipo de imagen.
La enseñanza de la fotografía, cada vez más popular, proporciona en parte, el conocimiento técnico que aficionados e incluso profesionales de la cámara requieren para capturar toda imagen posible, un trabajo que refleja pasión y entrega, un vínculo idílico y poderoso entre el fotógrafo y su instrumento de trabajo.
Sin embargo, no todo es técnica. Si bien el creciente acceso a las tecnologías, ofrece los fotógrafos profesionales mayores retos en el uso de la cámara, el resultado de su trabajo depende de sus conocimientos del arte visual y de su sensibilidad, de un ojo atento que pueda descifrar intenciones y azares, la singularidad de un hecho, o capturar la fugacidad de un evento o una emoción.
Las fotografías que me retratan gracias al enfoque de Montserrat me sorprenden por su pulcritud, llevándome a recapitular sobre el ser en el tiempo. El presente es el único tiempo real, en el que confluyen el pasado y los anhelos futuros. Nuestro primer encuentro fue de diálogo, casual y desenvuelto, el segundo, dio lugar a la mutua exploración interior, sin premeditación de las partes y sin enmascaramientos.
Monserrat invita a centrarse en la fuerza de la palabra, tiene la habilidad de conducir con sutileza a su interlocutor, hacía una introspección que encuentra su clímax al desdibujar el entorno inmediato, sitiándote en un estado de abstracción solitaria. Con una libertad de pensamiento que vuela en voz alta, ella, la fotógrafa está junto, frente o detrás de ti; aunque prácticamente es invisible hasta que timón en mano, se integra siguiendo la melodía del otro. La pregunta, el comentario aparece iluminando naturalmente la conversación.
La experiencia que les comparto surge de los resultados obtenidos por la artista, que al retratarme no se despoja de un proceso personal; de forma puntual, al captarme expone el sentido que ella atribuye a las personas y a las cosas, a decir, la artista que se encuentra tras la cámara también resulta reflejada.
Al observar las fotografías en las que me ha retratado, me percato que al no presentar ninguna resistencia me fui dejando llevar hacia recónditos y atesorados recuerdos. A ella la imagino buceando en mi interior, abriendo el baúl y dejando fluir referentes, pensamientos que en el pasado imprimieron viveza a mi existencia, corrientes y caudales subterráneos liberados en esa marea que es el presente.
Ahí donde el chispazo de su observación explora mi hábitat interior, Monserrat activa la bitácora de un viaje que partió del puerto de mi juventud, cuando “El Iracundo mar” soltó amarras, hoy distantes y cercanas, como la saudade de Pessoa, los Heraldos de César Vallejo, la conciencia de mi muy querido amigo Antonio Gamoneda o la imperiosa sed de vivir de Hemingway.
Aquí en Capultitlán, un espacio que no cesa de mutar, su fotografía me interna en el deseo de un futuro sin pandemia, que me permita navegar a bordo de un hermoso caballito de totora por los mares de Huanchaco; que me adentre en la magnificencia de los reinos prehispánicos de adobe de Chan Chan y me facilite visualizar la señorial antorcha de la libertad que encendemos en Trujillo, Perú este 2021, donde virtualmente unidos estaremos. Gracias Monserrat por abrirme la ventana y permitirme sumar a tu creación, por darme la libertad de pasear una vez más con Aurea, con mis hermanos peruanos y mexicanos, gracias por dejarme transitar contigo y con ellos por la plaza de la libertad Trujillana.