¿Llegó la hora de que el pueblo mande?

Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez / Rebelión / Colombia 

Nuestras armas son las armas de la paz, colocaron los zapatistas, al cambiar el título a una fotografía que decía nuestros votos son las armas de la paz.  La referencia ocurrió en el contexto de la lucha pacífica en democracia discutiendo sobre las reglas de lucha electoral. El epígrafe sirve de lente para observar lo que ocurre en Colombia, que el gobierno y la prensa de elites quiso vender como una demostración de júbilo hacia el gobierno. Sin embargo, es todo lo contrario, es una demostración de rabia, desconsuelo, desconfianza. La realidad es una sola, señala la movilización de descontento social más sólida en medio de la pandemia. Es de carácter transversal, mezclada, hibrida, sin libretos, espontanea, pero no caótica, ni descontrolada, en la que confluyen todos los sectores sociales, jóvenes, viejos, sindicalistas, estudiantes, campesinos, indígenas, obreros, salubristas.

       Es una multitud en las calles, compuesta por millones de personas marchando en la mitad de las ciudades del país. En ese todos, no están ellos (las elites) y la respuesta al porque están en las calles a riesgo de extender el contagio de la COVID 19, es una sola: Hay hambre, hay muerte, hay desesperanza. Esos millones son partes del 90% de la población (mayoría cualificada), que reclama por comida, empleo, educación, salud, techo, tierra, trabajo, pero además contra la pobreza que crece, la miseria que excluye, la corrupción que mata, la violencia asesina en genocidio activo. Hay inconformidad por la indolencia del estado y del partido en el gobierno, del que cree es responsable de varias de las múltiples  formas de morir a veces por estar aferrada a la violencia como su partera, otras por las políticas engendradas, no en democracia, si no de manera autoritaria y con arbitrio para controlar el aparato militar y policial, y usar las herramientas de coacción para imponer desalojos, impuestos, créditos impagables, explotar y acumular para ellos los recursos de la nación. 

       Piden, gritan y escriben en las calles los millones de personas que están en las protestas el No a la reforma tributaria (en mitad de la pandemia con resultados de 500 muertes diarias por COVID 19, retraso absoluto en la vacunación, confinamientos sin garantías materiales y asesinatos selectivos de líderes y excombatientes y empobrecimiento colectivo ) que pretende implantar el partido en el poder y sus asociados. Además, retumba el eco contra el mal gobierno alinderando con la guerra y desentendiendo del baño de sangre y; por la implementación de los acuerdos de paz.

        A diferencia de otras latitudes en las que la gente reclama y el gobierno ofrece más democracia, aquí la gente pide pan y pide paz porque ya vivió cinco décadas de horror y el gobierno ofrece guerra y limita la democracia. Da la orden de militarizar el país, sabiendo que se derramará inútilmente más sangre inocente y la espiral de violencia crecerá.  La actitud de negar, confundir, despertar odio, estigmatizar, se orienta a invalidar la movilización, que aun a riesgo de contagio e infiltrados, se expone, amparada en el derecho que le asiste a aspirar que las condiciones cambien para vivir mejor, no para morir. La gente no puede más, mientras una pequeña minoría se enriquece, roba, hace de la corrupción su negocio, saquea el estado, trae dinero prestado del exterior del que nada se sabe, no entiende para que compran aviones de guerra, contratan propaganda para desinformar y cuidarla imagen del gobernante, ni porqué suben el sueldo a magistrados y altos directivos del estado. La gente se ofende, se indignada, porque mira como que en la pandemia los ricos han aumentado sus riquezas y las elites usándola de excusa para acabar la democracia.

         La gente en las calles quiere convencer a más gente de la necesidad de reclamar lo que es justo y hacer realidad eso de que el pueblo habla y el pueblo manda. Y aprendió a separar la justicia de la legalidad, dejando claro que las luchas por derechos pueden darse en campos de ilegalidad, allí donde la democracia esta a medio camino de aceptar las diferencias, comprender la tolerancia y evitar los absolutismos sean morales o políticos. La movilización comprende bien que los derechos humanos son hoy un estandarte de justicia que mueve la dignidad y que la legalidad a veces es invocada solo como una fórmula de juicio, carente de sentido de realidad. La conciencia lleva aparejada una decisión ética y las multitudes en las calles, están anunciando un momento decisivo en la toma de conciencia colectiva, que el partido en el poder en solo tres días demostró no tolerar y cuya desesperación reafirma el presidente al acatar la voz (trino) del líder de militarizar las ciudades (¡¡¡asistencia militar¡¡¡), poner al país en estado de sitio, en estado de excepción, de libre arbitrio para aplicar el fascismo puro. Cabe destacar que como pudo saberse con en el paro campesino los soldados y policías también son hijos de ese 90% que representa la mayoría en la protesta y que más de 1000 oficiales están siendo juzgados por el uso abusivo y relativo del poder momentáneo que les dan las armas de la nación.  La gente en su justo derecho apenas reclama lo mínimo para sobrevivir, nadie ésta diciendo que caiga la presidencia, pero seguramente lo incluirá como nuevo punto en la agenda, junto a la aplicación de una justicia rápida para el líder del partido C.D, y juicios prontos por los asesinatos y violaciones a derechos humanos por agentes y funcionarios del estado, en el marco de las pacificas protestas, que iniciaron pidiendo el desmonte de la propuesta de reforma tributaria.  

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