Relatos de un camarada

Isaac Ocampo García

**<El cristianismo combate la pobreza de espíritu. Porque, qué importa si se es pobre en lo material, si se es rico en lo espiritual> Algo que la inmensa mayoría de los curas no llevan a cabo, pero, pues, se <amachinan> con <sus cosas del más allá> pero, bien que nos joden <con sus cosas del más acá>

“Quise desde temprana edad, participar en aquellas filas que de cualquier modo llamaban “revolucionarias”. Lo que para ese entonces me situaba en solo tener que <entrarle> a los libros y aprender teoría. Mi situación de obrero, pensaba, me iría dando el aprendizaje a través de la chamba en la fábrica.

Al principio, mi expontaneismo un tanto cuanto natural en mi persona, hizo que de pronto estuviera inmerso en un <algo> que en definitiva no sabía cómo encarar; pero, ya estaba yo ahí.

Años más tarde, también si saber cómo ni cuándo, estaba yo adquiriendo compromisos, digamos que familiares. Se presentaba el dilema entonces, de cómo o qué hacer, para que mis escasos conocimientos, sobre todo teóricos, me ayudasen en mi enfrentamiento y lucha contra el poder omnímodo de la fábrica; y al mismo tiempo atender los compromisos con mi familia.

A todo lo anterior, había que agregarle mis contradicciones internas, de las creencias religiosas (con las que se me había “envenenado” cuando pequeño: <la educación religiosa en la infancia es un abuso> Luis De Alba), y las enseñanzas sobre materialismo dialéctico e histórico, que el marxismo-leninismo me estaba dando.

Hoy con los años, el resultado final de todo aquello fue que: no supe ser un buen militante marxista, como tampoco supe ser el buen conductor de mi familia.

“Ayer soñé que veía a Dios,

Y que a Dios le hablaba;

Y soñé que Dios me escuchaba;

Después soñé que soñaba…”.

Sin embargo, no todo fueron errores y fracasos. Me mantuve siempre en el lado izquierdo. No de manera radical y/o dogmática; pero sí del lado de mis hermanos de clase. (Cierto: y con eso qué. pero ahí he estado)

Fui acólito en la iglesia de San Bernardino, que quedaba lejos de mi casa, y no de la iglesia de La Merced, que quedaba cerca. Hice mi primera comunión en “San Berna”. De donde las monjas de ahí me adoctrinaron para ello; aunque ya desde entonces andaba yo con mis contradicciones internas.

En mi ser de niño ya anidaba cierta inconformidad con las cosas “santas” de la iglesia católica y de su doctrina el cristianismo. <El cristianismo no combate la pobreza, al contrario, la perpetúa> -me decía el materialismo- Pero de inmediato el cura socarrón arremetía: <El cristianismo combate la pobreza de espíritu. Porque, qué importa si se es pobre en lo material, si se es rico en lo espiritual> Algo que la inmensa mayoría de los curas no llevan a cabo, pero, pues, se <amachinan> con <sus cosas del más allá> pero, bien que nos joden <con sus cosas del más acá>

<El Dios que todos llevamos dentro,

El Dios que todos hacemos,

El Dios que todos buscamos,

Y que nunca encontraremos>.

Contradicciones internas, pues, con las constantes peleas de mis dos lobos. Del lobo bueno de mi religión cuando niño, y del lobo malo de mi Socialismo de hoy; dos lobos que luchaban por quererme dominar sólo uno de ellos.

Fui de fábrica en fábrica, saliendo de una y entrando a otra, pero siempre por la misma razón. Era yo expulsado de una empresa, dizque por querer organizar a mis compañeros obreros. Cuestión ésta no del todo cierta, por la sencilla razón que jamás fui o me constituí como líder; aunque sí llegué en ocasiones a convocar a mis compañeros a luchar para ya no dejarse embaucar tanto por los patrones de la fábrica como por los líderes <charros> que nunca faltaban”.

Pero, de esto y más cosas seguiremos hablando en otra ocasión. Por hoy… ¡Basta!