La pandemia en contexto. El COVID-19 frente al pánico-2020

Por Nilantha Ilangamuwa / Rebelión 

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Las bolsas de todo el mundo se desploman. Se imponen prohibiciones arbitrarias sobre los viajes. Las largas colas en los supermercados su han convertido en algo. La mayor parte de los aeropuertos están vacíos. El futuro de las líneas aéreas está en punto muerto. El escepticismo es mayor que nunca entre el gran público. Es fácil preguntarse si vamos camino de otra Gran Depresión.

Gracias a las redes sociales y a las últimas noticias, los diseñadores de noticias se están haciendo de oro vendiendo la intimidad y reduciendo el espacio de libertad individual de cada hombre y cada mujer del planeta. Han fabricado un nuevo orden social de control basado en el pánico.

Este nuevo orden social carece de mecanismo alguno para pedir responsabilidades a quienes presentan sus propias ideas como si fueran noticias. Por tanto, una acción de cualquier usuario de una red social puede causar el máximo daño, sin importar lo lejos que viva dicho usuario. 

Pero el drama del nuevo coronavirus, denominado ahora oficialmente SARS-CoV-2, y la enfermedad por él causada COVID-19, es otro estudio de caso para entender la lamentable realidad social en la que estamos obligados a vivir. Lo triste de este nuevo orden social es que ha sido ignorado y marginado por las mismas razones por las que deberíamos temerlo. Vamos a desvelar algunas de ellas.

Se estima que anualmente se producen 1.000 millones de casos de gripe en todo el mundo, los cuales causan unas 650.000 muertes. Hasta la fecha solo hay 134.000 casos de COVID-19 confirmados en todo el mundo. La tasa de mortalidad del COVID-19, según los expertos en la materia, está en torno al 3-4 por ciento. Tenemos muchas más probabilidades de contraer la gripe que el nuevo coronavirus.

La historia no acaba ahí. Permítanme que deje de lado por el momento el coste humano del terrorismo y del extremismo, así como la amenaza nuclear. Lo que presentó brevemente a continuación son algunos datos recogidos en informes de las Naciones Unidas y de sus respectivas agencias sobre los desafíos globales a los que nos enfrentamos a causa de nuestro estilo de vida basado en la ignorancia deliberada y la cínica manipulación.

Hoy en día hay más de 1.000 millones de personas que pasan hambre. ¿Qué significa eso? Que una de cada siete personas del planeta no consigue suficiente comida. En los últimos meses de este año, el número de personas muertas por inanición supera los a 1,7 millones. Las estadísticas muestran que cada año mueren de hambre alrededor de 9 millones de personas. De entre esas muertes, 6 millones son niños.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “alrededor de 7 millones de personas mueren cada año por estar expuestas a las partículas finas que lleva el aire contaminado y que provocan embolias, dolencias cardíacas, cáncer de pulmón, enfermedades respiratorias crónicas y afecciones pulmonares, incluyendo neumonía”. El 91 por ciento de la población mundial respira aire contaminado.

Más de 3,5 millones de personas mueren cada año de enfermedades relacionadas con el agua. La dolorosa realidad de esa cifra es que más de 2,2 millones son niños.  

Alrededor de 800.000 personas cometen suicidio en el mundo cada año. Eso supone, según un documento de la OMS, que cada 40 segundos se suicida una persona. Según esta agencia de la ONU, los suicidios se producen a lo largo de toda la vida de las personas y, globalmente, son la segunda causa de muerte de las del grupo de 15 a 29 años”.

Cada año, los desastres naturales matan a alrededor de 90.000 personas y afectan a 160 millones en todo el mundo. Hablamos de terremotos, inundaciones, tsunamis, erupciones volcánicas, deslizamientos de tierra, huracanes, incendios forestales, olas de calor y sequías.

Aproximadamente 1.350.000 personas mueren cada año por accidentes de tráfico. El 93 por ciento de las muertes en carretera de todo el mundo suceden en países de renta baja y media, aunque en esos países solo circule el 60 por ciento de los vehículos del mundo. Las heridas por accidente de tráfico son la primera causa de muerte de niños y jóvenes entre 5 y 30 años de edad.

El uso dañino del alcohol provoca 3,3 millones de muertes anuales. Unos 31 millones de personas sufren desórdenes producidos por el uso de drogas. Casi 11 millones se inyecta estas sustancias, de las cuales, 1,3 millones viven con VIH, 5,5 millones con hepatitis C y 1 millón con ambas enfermedades.

Un estudio de la nueva Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) reveló que en torno a 464.000 personas murieron por homicidio en 2017, superando a las 89.000 muertas en el mismo periodo en conflictos armados. El estudio muestra que la cifra total de personas que sufrieron una muerte violenta causada por homicidio aumentó el pasado cuarto de siglo de unos 395.000 en 1992 a los 464.000 de 2017.

Los estudios revelan que el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo sufren algún tipo de acoso sexual a lo largo de su vida. Solo el 10 por ciento de esas víctimas buscan ayuda de las fuerzas policiales y judiciales. ONU Mujeres ha puesto de manifiesto en sus informes la terrible situación de las mujeres: “Se calcula que más de la mitad de las 87.000 mujeres asesinadas intencionalmente en 2017 en todo el mundo (50.000, el 58 por ciento) lo fueron a manos de sus parejas o familiares, lo que significa que 137 mujeres mueren cada día en el mundo a manos de su familia. Más de una tercera parte de las asesinadas en el mundo en 2017 (30.000) lo fueron a manos de su pareja o expareja”.

Podríamos continuar esta lista con otros ejemplos. Lo que debemos preguntarnos es: ¿Por qué los pobres sufren mientras se ignora la urgencia de su crisis? ¿Por qué esta crisis le parece menos importante a quienes mueven el mundo? ¿Acaso las víctimas son hijos e hijas de un dios menor?

¡Qué lástima!¿Tenemos planes sustanciales para abordar esos desafíos inmediatos, por mucho que la ONU y otras agencias relacionadas se hayan propuesto alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio? Nuestra situación y el rumbo que llevamos es mucho más grave de lo que pensamos.

Es posible que dentro de 30 años la población mundial sea demasiado grande como para alimentarse. Según Edward Wilson, socio-biólogo de la Universidad de Harvard, si todo el mundo aceptara hacerse vegetariano, reduciendo así el suelo destinado a la alimentación del ganado, las actuales 1.400 millones de hectáreas de tierra cultivable podrían alimentar a 10.000 millones de personas”. En su libro The Coming Famine ha avisado de que la crisis alimentaria se aproxima mucho más deprisa que la crisis climática.

En 28 años no tendremos suficiente pescado para suministrar a los mercados. “Los océanos del mundo podrían estar prácticamente sin peces hacia 2048. Un estudio muestra que, de no producirse cambios, nos quedaremos sin pescado para esa fecha. Si queremos preservar los ecosistemas marinos, es necesario un cambio”.

El agua para el consumo es otro de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos. La mayor parte de los países ya son víctimas de una grave crisis de agua potable, pero desgraciadamente la mayor parte de las personas siguen discutiendo las causas de la contaminación de esa agua. Si todo continúa así, el planeta se quedará sin agua potable en 20 años.

Tampoco contamos con un plan de acciones decisivas para proteger nuestros bosques. Dentro de 80 años no quedarán selvas tropicales en el planeta. “En el año 2000, la mitad de los bosques húmedos del mundo habían sido eliminados. Según la NASA, de continuar ese ritmo de destrucción habrán desaparecido para finales de siglo”.

En el mundo hay 152 millones de niños entre 5 y 17 años trabajando. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU incluyen acabar con el trabajo infantil en todas sus formas para 2025. Pero dicha meta se nos está escapando. Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo “Acabar con el trabajo infantil para 2025”, de seguir la tendencia actual, para esa fecha seguirían trabajando 121 millones de niños.

¿Saben ustedes que hay más personas esclavizadas hoy en día que en ninguna otra época de la historia humana? El informe muestra la espantosa realidad de la esclavitud señalando que “ahora mismo  hay 40 millones de personas viviendo en régimen de esclavitud”. De esos 40 millones, 10 millones son niños.

Estamos agotando nuestros recursos y reemplazándolos con desperdicios. “Cada año arrojamos 212.000 millones de toneladas de basura. La fila de camiones capaces de cargar toda esa basura podría dar la vuelta al mundo 24 veces”. Existen en los océanos cinco grandes islotes de deshechos plásticos. Es cuestión de años que se vacíen de peces. “La ONU estima que en los océanos están presentes 51 billones de partículas de microplásticos. Eso es 500 veces más que el total de estrellas de nuestra galaxia”.

La conclusión es que estamos acabando con todo, pero seguimos sin prestar la atención suficiente a las verdaderas crisis. Nuestros legisladores y principales dirigentes van mal encaminados. Sus motivaciones egoístas impedirán a las futuras generaciones tener la oportunidad de vivir felices y que tendrán que sufrir a causa de escenarios imprevisibles. El mundo necesita una acción disciplinaria global para evitar el peligro que se avecina.

Pero, ¿a quién le importa? Hoy, el mundo entero centra su atención en el COVID-19, un peligro mucho menor que muchos de los temas que tenemos delante. Es verdad que el COVID-19 no es algo para no tomar en serio, pero aún así, puede monitorearse y curarse mediante un esfuerzo colectivo basado en acciones científicas si se deja que los expertos emprendan las acciones necesarias. Desgraciadamente, cunde un pánico innecesario y una duda irrazonable. En estos momentos se está librando la batalla entre el COVID-19 y el Pánico-2020. El Pánico-2020 es mucho más peligroso y despiadado que el COVID-19. Por desgracia, esto ha creado ambigüedad y nos ha impedido llegar a entender la imagen real del COVID-19. ¿Es así como vamos a acabar con el mundo?

Nilantha Ilangamuwa es natural de Sri Lanka. Fue editor del Sri Lanka Guardian, un diario digital y de Torture: Asian and Global Perspectives, revista impresa bimestral coeditada por el Instituto Danés Contra la Tortura con sede en Copenhague.